Ns curioso que aquello de que todos los caminos conducen a Roma es mucho más profundo de lo que parece, porque para conseguir un mismo objetivo cada uno sigue un camino diferente en función de lo profundo de su convicción para la causa. Lo sabemos de sobra. Lo cierto es que los caminos de ida suelen ser más ilusionantes y se hacen más largos. Los de vueltas, por esas extrañas razones de la mente, se nos hacen más cortos.

Por eso, en la semana del lunes de Pentecostés, la de los cincuenta días después de la Pascua, es cuando se define perfectamente aquello de que los caminos de vuelta acaban siendo menos atractivos. Todas las hermandades que vuelven lo hacen de manera anárquica, sin orden ni concierto. Por media Andalucía y media España se ven carretas, tractores y simpecados con mucho menos enjundia que cuando hace una semana se encaminaban por caminos, veredas y arenales hacia la aldea.

Es la metáfora más propia de los viajes de vuelta. Las razones deben ser de jeroglífico. Como cualquier tipo de maravillas en que la gente de todo el mundo se dedica a ilusionarse cada año, es significativo que la vuelta tenga más cansancio y menos elegancia. Los sentimientos de vuelta deben ser estudiados a fondo por especialistas. O no. Lo mismo es que en las idas siempre tenemos expectativas y en las vueltas, no. Es el mejor ejemplo de que cuando nos movemos intentamos aferrarnos a lo que nos puede deparar esa aventura y la vuelta supone más de lo mismo. Cuando volvemos tras un viaje, unas vacaciones o un posible desamor todo es más triste. Más aún, cuando volvemos a la monotonía, las prisas, las colas y los atascos y nos encontramos, en nuestro entorno, gente impresentable, políticos listillos y algún que otro tonto. Será cuestión de cambiar el chip con inteligencia, aunque no sea la artificial.

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