Felipe Ortuno M.

Defensa de la familia

Desde la espadaña

19 de julio 2023 - 00:15

La historia, que no se interrumpe ni para almorzar, cambia y transforma todo cuanto se le pone en las barbas. No hay institución capaz de soportar los envites variables de sus garras. La institución familiar, como eje referencial de cuanto ha ocurrido en nosotros como individuos, no ha sido una excepción en la sacudida histórica recibida. Los tradicionales valores, que considerábamos inamovibles, hoy se encuentran en las escombreras de la sociedad.

La familia no ha sido una excepción, y sufre la más estremecedora convulsión de todos los tiempos. La célula desde donde se han establecido los pilares de la societâs, la estructura que ha permitido el verdadero desarrollo evolutivo del ser humano, se encuentra a la deriva, a la intemperie, dejada de la mano de dios y hasta, osaría decir, vilipendiada por los ficticios modelos de una sociedad mal llamada moderna y liberal.

No soy contrario al cambio necesario que toda institución, como la familiar, haya tenido o deba tener, sino a la deconstrucción radical que se pretende de ella, haciéndola desaparecer en aras de unos paradigmas sospechosos y claramente perjudiciales para el desarrollo de la humanidad. Los nuevos modelos ideológicos, referentes sobre todo a las relaciones afectivas entre los individuos, como percepciones subjetivas de género, quieren superponerse a la estructura familiar. De tal manera que la veleidad de semejante subjetividad no puede en sí misma sino contribuir a la desestabilización de una organización que era, creo que sigue siendo todavía, el asidero mejor determinado de referencia psicológico-afectiva que la historia haya acreditado.

Sinceramente creo que la familia es la esperanza de la humanidad, porque tiene mucho que aportar a la sociedad. La célula primera, generadora de vida, educadora y portadora de los principios básicos, desde donde se ha formado la primigenia conciencia de socialización, no puede ser borrada del mapa sin que la sociedad no sufra una convulsión irreversible y letal.

En este sentido es esencial que surjan políticas públicas que fomenten la familia a nivel económico, cultural y jurídico. Ninguna institución cohesiona tanto como la familia; sin ella estaremos abocados inexorablemente a una desestabilización profunda de los individuos. No podemos, por tanto, resignarnos a aceptar su declive en nombre de la incertidumbre, el individualismo y el consumismo. Su futuro, como comunidad de vida y de amor, lugar de encuentro de generaciones, constituye el eje fundamental de esperanza de la sociedad.

Franz Kafka decía que ‘formar una familia era lo más que un hombre puede lograr en general’, salvando las distancias, naturalmente. Cicerón la consideraba como lo más sagrado, y lo más placentero, cuando se vuelve a la casa. Y es verdad que no hay mejor refugio, por pequeño que sea, que la casa propia, el hogar, la familia, que como placenta social nutre la existencia de lo que somos.

Es la primera sociedad desde donde aprendemos a recibir lo pasado, a vivir en referencia y a trasmitir en apertura: familia como clave axial desde donde todos los tiempos se conjugan, se aprende a vivir en alteridad y se va constituyendo la sociedad política compleja, en valores, respeto y convivencia ‘¿Acaso no es la familia la más antigua de todas las sociedades y la única natural?’ (Rousseau) ‘¿No es la familia sino el más admirable de los gobiernos?’ (Lacordaire) ¿Podría una sociedad sobrevivir sin la institución familiar? Me temo que no.

Desde que el hombre es hombre la familia ha garantizado la procreación, la educación y el crecimiento de sus miembros. De no ser por ella, el individuo se hubiera perdido en los albores de la civilización, o sencillamente no hubiera bajado de los árboles; cosa que estamos a punto de retroceder si no nos ponemos las pilas. Independientemente del tipo de familia que sea, puesto que históricamente se han dado varios, no podemos renunciar a la primera ley natural de la reproducción, a la defensa de la prole y a su consecuente socialización, que comienza por la patria potestad, puesta en duda incluso por alguna reciente ministra cuando dijo ‘los niños no pertenecen a sus padres’, y continúa con los ataques de la ideología nihilista y por las mismas leyes del Estado.

La fragilidad del vínculo, por un lado, la promiscuidad sexual y la ideología de género, por otro, están pulverizando la institución familiar. Vemos como, por ejemplo, las leyes ponen más el acento en los sofismas populistas que en la defensa de la misma, o las posibles ayudas, que deberían promover la natalidad o la asistencia a mayores dentro del ámbito familiar, quedan desasistidas o vacías de contenido. Se la está dejando a su albur, sin medir las consecuencias afectivas, económicas y educacionales que ello conlleva. Sigamos así; ya estamos viendo algunos retazos de semejantes consecuencias ¿Puede sostenerse una sociedad sin familias? ¿Todas las formas tienen el mismo valor, aunque haya que defender las formas excepcionales?

Simplemente quiero dejar de manifiesto que la individualidad y sus legítimos derechos no pueden sobreponerse a la institución familiar como garante del verdadero desarrollo y sostenimiento natural de la sociedad. Sin familia, la sociedad se convertirá en conjunto de individuos fácilmente manejables por las leyes del estado totalitario, que aparece revestido de una falsa libertad pasajera. De ahí a la ingeniería social, un paso.

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