Estamos asistiendo de manera inexorable al paso del tiempo. Como además le hemos visto las orejas al lobo y se trata de no perder el tiempo, parece una obligación desarrollar un estado de hiperactividad descontrolada por hacer cosas. Como además de las orejas, seguimos sintiendo en el cogote el aliento del virus, ni miramos hacia atrás por si acaso, y nos lanzamos a tumba abierta a vivir de manera intensa por aquello que son dos días, lo que se traduce en un consumismo exagerado como síntoma principal del estado de ansiedad generalizada en el que nos encontramos. Después del verano han aumentado todos los índices de gasto ordinario en las familias, los gastos extraordinarios, las pernoctaciones, los viajes, las compras no esenciales y la asistencia a actos. Desde antes de Halloween ya se veía venir. Con los preparativos de los días de calabazas y disfraces moribundos hemos llegado a estos días de compras de castañas y huesos de santos. Amazon y Ali exprés están de enhorabuena. Los bancos locos de alegría. Ahora engancharemos con el Black Friday para afianzar conductas y asegurarnos una buena remesa de gastos para el bolsillo, ampliaremos con el lunes del Ciber Monday para disfrute de video adictos y tecno-fans, seguiremos con todo el gasto posible en el puente de la Constitución y la Inmaculada recalando de paso en las primeras compras de Santa Claus, las prenavideñas, las de Navidad, las de los cotillones, la de los Reyes y acabaremos con las rebajas de enero que se adelantarán todo lo posible por aquello de no perder tiempo. Y todo, al ritmo que marca el nuevo espíritu consumidor. Capaz de subir la cuesta de enero, la de noviembre y la de todo el año. Lo del romanticismo de estos días de un tal don Juan y una tal doña Inés suspirando al atardecer es ya historia. Hoy en día, la pareja estaría comprando el once de la once o reservando el décimo para el Gordo para poder seguir ese ritmo.

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