
Joaquín Aurioles
Las instituciones informales
Entrando en agujas
Mañana es San Antonio. Probablemente uno de los titulares del santoral que más nombres acogen. Todos tenemos un Antonio, un Toni, una Toñi o una Doña Antonia en nuestro entorno. Es onomástica repetida, de ayer y de ahora; como lo son otras del mes de junio: San Juan, San Pedro, San Pablo, San Luis Gonzaga, Santa Alicia o San Bernabé -patrón de la Moderna-. A mí me cae muy de cerca, también, San Silverio, que fue el papa 58 de la iglesia católica y que celebramos el 20 de este mes.
Claro que, además, de estos ilustres, los santos del mes de junio se las traen: Santa Zenaida, Santa Agilberta, San Gildardo, San Columbo, Santa Libia, San Vito -el de los meneos-, San Quirico, Santa Ediltrudis, Santa Florencia -este que esto les escribe tuvo una medio novieta que se llamaba Florencia-, Santa Perseveranda, Santa Potamiena o Santa Adalsinda. Les aseguro que quienes se llamen así no pueden ser nada más que árbitros del Colegio Aragonés, monjas cántabras o maestras de escuela de pueblos de la Castilla profunda. Hay padres que tienen muy mala leche poniéndole a su hija el nombre de Potamiena.
Hace muchos años conocí a un maestro que se llamaba Potenciano, el pobre. Qué verdad aquella del gran torero Rafael El Gallo, cuando al presentarle a Don José Ortega y Gasset y decirle que era filósofo, contestó: ‘¡Hay gente pa tó!’. Pues eso, el mes de junio viene cargadito de nombres que son de lo más normalito y nombres que asustan. Por cierto, conozco a uno que el día de San Antonio; es decir, mañana, no sale a la calle. El trece de junio -de distintos años, claro- se le murieron seis familiares cercanos, entre ellos su padre. Como para no levantarse de la cama. A otro, que también es muy cercano, mañana lo van a hacer hermano de la ilustre Hermandad de San Antonio de Sanlúcar. Vaya una cosa por otra.
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