En la sociedad de lo políticamente correcto, los eufemismos llegan como término del nuevo lenguaje: el basurero, por ejemplo, (con toda mi consideración) ostenta el título de 'experto en la eliminación de residuos sólidos urbanos'. Dice la RAE que gracias al eufemismo producimos una manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta o franca expresión sería dura o malsonante. De este modo se evita el disfemismo, y hasta la blasfemia a Dios ¡cachis! El bien hablar, eufemismo, esquiva y rodea la palabra tabú o las ideas inconvenientes.

Si, por ejemplo, hacemos público el fallecimiento de una persona a través de una esquela, evitando implícita o explícitamente hacer alusión a alguna concepción religiosa o mística, decimos que 'completó su ciclo de vida en paz', quedando así de dulce, sin agraviar a tirios ni a troyanos. Ha habido épocas, que, a fuerza de extremar la cursilería, llegaron a llamar a las mejillas 'el trono del pudor', al espejo 'el consejero de las gracias' y a una lámpara 'el suplemento del sol'. Es evidente que este preciosismo en la dicción ha cambiado considerablemente, ¡jolín!, y la comprensión del eufemismo depende del contexto del acto comunicativo, y de que hablante y oyente compartan unos usos sociales y unas convenciones determinadas, ¡joroba! Contribuyen, sin duda, a la transmisión de las ideas, a la aceptación de conceptos morales y a la manipulación del lenguaje en boca de quien mejor los maneja para servirse de ellos. No es lo mismo decir aborto, que 'interrupción voluntaria del embarazo'. Lo que era abominable o envilecedor se convierte, por el arte de birlibirloque, en amable y hasta conveniente.

De esto saben mucho nuestros esclarecidos y perspicaces legisladores, que, con la estratagema del lenguaje, nos van metiendo gato por liebre. A la eutanasia se la presenta como 'el derecho de la persona a una muerte digna', y de tal modo está dicho, que se vería como inhumano oponerse a ninguna de las palabras eufemísticas expuestas en la definición.

Yo, con este modo de proceder, no sé si el eufemismo se convierte en disfemismo, o insulto a la inteligencia más elemental. Bien saben los próceres de la patria, que tienen que sustituir aquellas voces socialmente inaceptables en una determinada situación comunicativa por otras más 'elegantes' para que no se ofenda a la idiotizada sociedad sensiblera. Los sapos hay que hacerlos tragar con un atrayente rebozado de la nouvelle cuisine¡master chef! Los eufemismos son un verdadero mecanismo de cortesía para los exquisitos oídos de nuestra hipócrita suciedad, sociedad quería decir.

En este proceder, Juan Simón ya no sería el único enterrador del pueblo, sino el 'operario de cementerio', con lo que la canción cambiaría su dramatismo por un anuncio cualquiera en el tablón del tanatorio. Ya no hay viejos, sino 'tercera edad'; no hay despidos sino 'baja incentivada'; los países pobres son 'el tercer mundo'; los pobres 'personas en riesgo de exclusión' y los muertos 'pasan a mejor vida' para evitar que descansen en el Señor.

El lenguaje a través de los eufemismos llega a la manipulación ideológica y preferimos llamar embrión en lugar de feto, como hacemos con la interrupción del embarazo en vez de aborto. Dicen que, en tiempos de la contienda civil, a la gente se le daba 'un paseo' y de este modo no se asuntaban tanto los fusilados ¡tiempos aquellos!

Está claro que cambia el lenguaje y se va adaptando a las exigencias del guion. Mejor es decir afroamericano que negro, o caucásico para blanco; y de esta guisa a la muerte se le llama descanso, a la heroína caballo y al borracho beodo o dipsómano para que no se entere la vecina del quinto que todo lo chismorrea.

Ocurre otro tanto con los 'daños colaterales' de las contiendas bélicas, que, con metonimia y sinécdoque, las víctimas se las colamos a los noticiarios de las tres, sin que nadie deje por ellas la cuchara y el plato. Gracias a lo políticamente correcto el lenguaje eufemístico está alcanzando cotas insospechadas, hasta el punto de que no me atrevo a dirigirme a las etnias con ningún apelativo, y muchísimo menos a ningún otro colectivo a quien pueda ofender en la fibra más íntima de su sexualidad.

Procuraré, de ahora en adelante, circunvalar género, número y caso. Todo sea para evitar ofender, o poner en desventaja a personas de grupos particulares de la sociedad (¡qué bien me ha salido!). Ahora usaré de lítotes, paráfrasis y circunloquios para estar en consonancia con este puritanismo de lo correcto que tanto bien está haciendo al fino escaqueo del lenguaje, pues nos vivifica para tener más aguzado el ingenio, como en su día lo tuvo la Codorniz, que fue capaz de poner un huevo en el mismísimo pórtico del Pardo.

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