Todo lo que parece, no es, decía mi padre, y la simple vista, como argumentario, induce con frecuencia al desliz. La ojeada, como prueba, es yerro seguro, porque es superficial y acrítica. La falacia consiste en mostrar razonamientos que parecen; pero no lo son. Casi siempre utilizados para engañar y confundir. En todos los campos hay una ingente cosecha de este tipo: No digamos en política o religión, donde abundan los francotiradores de sofismas ad populum y ad baculum.

Cuando las premisas y argumentos apelan a instancias ajenas al razonamiento, aparece el sofisma del prejuicio en la conclusión: 'que llevo razón, porque yo soy tu jefe' ¿Entiendes Fabio lo que voy diciendo? Aristóteles catalogaba en trece las falacias, pero estoy en que se quedaba corto. Los silogismos no siempre concluyen con lógica racional: 'Siempre que nieva hace frío. Como hace frío, entonces está nevando'. Parece lógico; pero sólo parece. Los manipuladores saben utilizar este tipo de pensamiento engañoso para dar la estocada. Lo hacen con rapidez, lo inoculan en los discursos y lo practican con descaro. Lo peor se da cuando generalizan sin análisis: 'Al jefe le gustan las peras. El secretario gusta cuanto gusta al jefe. A todos les gustan las peras'. Termina siendo la repera. Después de esto, a consecuencia de esto, se llega a una correlación coincidente o causalidad falsa: 'El ciudadano vive bien. Yo mando mientras se vive bien. El ciudadano vive bien cuando yo mando'. Que es como decir que el Sol, por sus sucesivos amaneceres, sale porque canta el gallo. O aquel que disparó al azar y luego pintó la diana en cada impacto. Naturalmente dio en el blanco ¿No se parece, acaso, a la manipulación que tenemos en la información que se nos da cuando tantas cosas coinciden? Hay quien se cree providencial y todo lo hace coincidir con sus deseos, como los paranoicos obsesivos, que sueñan con el número 22. En la lotería sale el 4, e interpretan que el sueño les había avisado (2+2=4). Las falacias campean a sus anchas. No digamos en los altercados televisivos, cuando se ridiculiza al contrario con un argumento irrisorio. En un debate sobre educación, un padre dijo: -Creo que los niños no deberían estar hasta tarde en la calle. Y el político de turno contestó: -No creo que lo debas tener encerrado en un calabozo hasta que crezca. Está claro que hay una contestación falaz. De estos graciosillos está lleno el galeón. Siempre hay quien, alegando su especialidad, te descalifica o te lleva a sus terrenos para dejarte anulado en la continuidad alegatoria y racional. Falaces muy astutos, ciertamente. Te desvían la atención hacia otro tema, como maniobra de diversión que esconde las debilidades argumentativas del propio alegato. Por ejemplo, cuando el aborto es aprobado por mayoría parlamentaria. -Es que usted no está de acuerdo con la mayoría de la sociedad. Luego no eres demócrata. Y te la enfundas para no morir en el intento. ¿Qué hacer ante semejantes falacias? Lo mejor callar; si no fuera porque el silencio también constituye una falacia, cuando el contrario no sabe qué decir, y pasa por sabio quien sólo tiene vacío. Ocurre en las mejores familias.

Antes señalaba el excesivo uso que los políticos hacen del 'ad populum', como si el pueblo, en general, constituyera argumentación suficiente de verdad. Se parece, en cierto modo, a ese otro 'ad baculum', que apela al bastón, y sostiene la validez de una premisa a partir de la amenaza. Seguro que el buen lector sabría identificar alguna. Hay gente muy astuta para moverse por los terrenos del engaño falaz, y, no teniendo argumento alguno, sabe aprovechar el regateo argumental y esconderse en él, bien creando culpabilidad al contrincante, bien aprovechando la ignorancia que tenemos de casi todo lo que hablamos, cuando no podemos contrastar a cada paso cuanto decimos. Los falaces saben aprovecharlo bien, y te dicen que eso lo dices tú porque no eres pobre, no estás enfermo, no estás en el paro (ad hominem), o te hablan de porcentajes de todo lo que conversan, sabiendo que es imposible que el contrario pueda demostrar nada (ad ignorantiam), ergo es verdad. Los sofismas populistas abundan más que los adoquines. Dan por válido o falso lo que la mayoría (real o supuesta) dicen que piensan. Si la mayoría dice que la zanahoria es buena. A todos les ha de gustar el tubérculo. Y, si te lo repiten hasta la saciedad, saben que la insistencia termina por imponer la validez o falsedad del asunto. Argumento manejado por Joseph Goebbels: 'Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad'. Si además se esgrime el argumento de autoridad: 'Lo ha dicho la Televisión', es el remate de los tomates. Qué decir si completas con: 'lo más novedoso y progresista' ¡Resulta ser el acabose! Tengan también cuidado los que apelan a la tradición, como si lo de antes fuera prueba definitoria; también en lo antiguo hay falacia. Ojito al 'ad antiquitatem', que puede ser tan falaz como el 'ad novitatem'. Reto a mis avezados lectores: busquen y contrasten falacias en la política actual; podrán evidenciar, que no estamos tan lejos de los sofistas griegos cuando, buscando la eficacia persuasiva, se alejaban de la verdad.

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