Una pregunta a bote pronto para la reflexión y para el abrupto y necesario levantamiento de alfombras. ¿Por qué en este Jerez de nuestras culpas y cuasi ninguna disculpa se ha alzado una desfasada y desmesurada y desproporcionada contienda post mortem -ninguna evidencia más patente y más execrable de la cobardía que aquella urdida e iniciada (como pugilato contra natura y en mísera desventaja) por un vivo contra un muerto- y a troche y moche basada en la enfermiza neurosis que bien pudiéramos diagnosticar como pemanfobia? ¿No discurre el jerezano procomún en el germen nominal de este apaleamiento ya casi irrisorio siempre circunscrito a la estrecha holografía de nuestra Muy Noble y Muy Leal ciudad? ¿De nuevo Jerez -el Jerez antaño caballeroso de la senequista filosofía del Cerro- cuando de degollar a la figura de Pemán se trata? ¿Por qué, abstrusamente, aquí y no en otros lares? ¿No avistamos cómo a escasa distancia la Cuna de la Libertad -Cádiz para más señas- defiende a ultranza -a capa y espada: gobierne quien gobierne: con memorial de premio literario, con teatro a su nombre, con busto al socaire de su mar de plata quieta- la figura estricta y ortodoxamente literaria del autor de 'Gloria y dolor de la etiqueta' -¡qué abisal premonición!- en su 'Signo y viento de la hora'? Incluso hasta José M. González 'Kichi', alcalde del paraíso de las mojarrillas, sentenció -dos años ha- que "José María Pemán ha sido y será de forma indeleble uno de los mayores representantes de las letras gaditanas". Lo sentencia un político en absoluto sospechoso de coquetear con los predios de cuanto la impostada y -a beneficio de inventario- autotitulada progresía bautiza de derechona.

¿Por qué en Sevilla, suprema expresión -apóstrofe didascálico- de los murubianos cielos que perdimos, también se honra y se mantiene incólume el intacto nombre de Pemán -maestro Antonio Burgos en el sprint de salida- siempre entronizado por méritos propios en el sitial imbatible de académico de pro y de cultivador solvente de un modernizado articulismo periodístico -calidad de prosa, voluntad de estilo, mezcolanza de ingenio y fina ironía, revisionismo de la cultura grecolatina en la siembra de la actualidad-?

¿A qué ton semejante estacazo y tentetieso? ¿Regresa a pasos agigantados, a honor y prez de Caín, la huertana lucha fratricida de Pimentó contra Batiste? ¿Homo homini lupus? ¿Reflotación trasnochada del 'Duelo a garrotazos' de las pinturas negras de Francisco de Goya? ¿La aristofobia denunciada por Ortega y Gasset en 'La rebelión de las masas'? ¿La irrequieta e irresuelta polis de 'Vandalia' descrita en las 'Dragonteas'? ¿Falconetti versus Tomas Jordache -'Hombre rico, hombre pobre'-? ¿Arrogancia moral a toro pasado en el efecto rodillo del resentimiento ahíto de mandoble? ¿Por qué Jerez exuda esta ya reincidente animadversión contra quien evidenció una nítida y cristalina y confesa evolución ideológica hacia un liberalismo fuera de todo enconado debate ("hay que leer todo Pemán para saberlo", ¿verdad que sí, Manuel Bustos, Mercedes Palomo, Pilar Paz Pasamar, Fernando Sánchez García?).

¿Por qué late en Jerez la arritmia de esta fijación rugosa y barbarizante cuya sintomatología abandera de extranjis los ya vergonzosos síntomas de la pemanfobia? El germen y la exégesis no estriba en siglas políticas. ¿Quién, soterrada y subrepticiamente, mueve los hilos, enciende la mecha, jalona las componendas y remata -ajeno al tiento placativo- a discreción? ¿Qué mano mece la cuna? Manos que no "fingiéndose palomas, son manos de un hombre cualquiera". ¿Quién? Si el profesor pregunta en clase, yo ipso facto levanto el antebrazo para dar respuesta. ¿Atinaré? Para la sanación de la pemanfobia (su colegio de toda la vida de Dios ahora se llama Gloria Fuertes) yo recomendaría, apriorísticamente, la reposada y repasada lectura de ensayos como 'El espíritu de Sancho Panza' o 'Cien años de urbanidad' de Amando de Miguel, 'Del contubernio al consenso' de F. Álvarez de Miranda o 'Acta de defunción' de Cristóbal Zaragoza. Y una devota genuflexión en el reclinatorio de la máxima de Quilón de Esparta: "Detén la lengua. No agites las manos cuando hablas, que es cosa de necios. Guárdate de ti mismo, honra a los hombres ancianos y no hables mal de los muertos".

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