Santiago Cordero
La gran industria del deporte
España ha sido el mayor imperio, en el tiempo y en el espacio, que ha conocido la humanidad. El encuentro de Hernán Cortés con Moctezuma fue un hecho de tanta importancia que solo será comparable con el que se produzca cuando entremos en contacto con habitantes de otros planetas, si los hubiese. España, con Magallanes y Elcano, le descubrió el mundo al mundo y no hay más mundo en este mundo que el descubierto por España.
Pero esto pasó hace mucho tiempo y hoy España no es más que un país segundón en una Europa de tercera. Soñar con estas grandezas del pasado es perder el tiempo en libros de caballería. Aquello fue y ya no es. Ese imperio está muerto y no admite resurrecciones.
Dicho lo cual no estaría de más, que por autoestima, nuestros hijos estudiaran en el colegio el testamento de Isabel La Católica, en vez de una historia manipulada sobre la armada invencible. O, que de una vez por todas, se cuente la verdadera historia de la benévola Inquisición española en comparación con las sangrientas inquisiciones centroeuropeas o británica. No hay mayor legado de amor a los indios que el testamento de la reina católica y solo por este hecho debiera ser Santa Isabel desde hace siglos.
Pero algo distinto al Imperio Español y subsistente a día de hoy es la hispanidad. Ese legado de lengua, cultura y fe que se extiende desde la Patagonia a Centroamérica. Su epicentro no es España, seguramente Méjico. Pero el poder anglosajón y protestante trabaja incansablemente por mantener dividida y avergonzada esa unidad hispánica desde principios del XIX. Y sigue fomentándolo, con tanta intensidad, que los dirigentes mestizos y criollos abominan de lo español sin reparar en la esquizofrenia que produce renegar de uno mismo.
Fuera de los dirigentes esquizoides, algo está pasando en esa hispanidad que está muy viva y admite resurrección.
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