Harta de vacunas y de elecciones en Madrid, volví a ver la película "El cartero", basada en el libro "Ardiente paciencia" del chileno Antonio Skármeta. Filmada en 1994, traslada al espectador a una isla de Italia en el momento en que Pablo Neruda llega a instalarse porque ha sido exiliado. Ahí conoce a Mario Ruoppolo, un hombre sencillo contratado por la oficina de correos para llevarle la correspondencia, ya que vivía en una casa alejada.

Neruda es un personaje que acapara la atención de Mario. Le atrae como la luz a un insecto en plena noche. El cartero le observa, le cuestiona, disfruta de su compañía, se siente como una barca sacudida por las palabras del poeta. Al lado de Neruda descubre el mundo de la poesía y aprende lo que es una metáfora cuando el poeta le explica que decir que el cielo está llorando significa que está lloviendo.

Con ese aprendizaje se acerca a Beatrice Russo, una joven que trabaja en la taberna del pueblo. Enamorado de ella compone su primera metáfora y se atreve a decirle que su sonrisa se expande como una mariposa. Luego, para cortejarla, Mario se adjudica el poema "Desnuda" y se lo entrega por escrito. Cuando Neruda se entera y le reclama, aquel hombre simple le contesta airado que la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita. Intuía ya que la poesía es universal, que pertenece a todos, que es patrimonio de los seres sensibles.

Es conmovedor observar la candidez de Mario. Un hombre bueno, sin dobleces, sin estudios, pero con una delicadeza que le cambia la vida, pues con sus palabras logra conquistar a su Beatrice y casarse con ella.

Qué lejos estaba Mario de las ambiciones de este mundo, del hambre de poder y de las traiciones. Es una historia ficticia que habla de lo mejor que llevan dentro las personas. Deja al descubierto que para vivir plenamente se necesita muy poco, basta con ver el atardecer en el mar, con dejarse acariciar por la mirada del ser amado, con caminar descalzo sobre la arena, con leer una poesía o con hacer una metáfora.

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