Análisis

Fátima Ruiz de Lassaletta

In memoriam: Ha pasado un ángel... Bea Domecq

Se dice que ha pasado un ángel, cuando a las horas menos veinte o -como alternativa- a las y veinte, se hace un silencio inesperado en una buena conversación. Ayer unas compañeras de Beatriz Domecq y López de Carrizosa, de Chamartín, ofrecieron - en Madrid- una misa por la recién fallecida amiga jerezana, quien recién había entregado su alma plácidamente en la madrugada, resignada tras una penosa y no larga enfermedad. El sacerdote dijo en la homilía que ‘a veces se cuela un Ángel, viviendo entre nosotros’. Y este es el caso de la familia, familiares y amigos de Bea.

Beatriz, fue un alma serena, pues – aparte de la pronta pérdida de su querido marido Eduardo Vergara Lacave- so único que podía alterar, para bien, sus días era la presencia, siempre bienvenida, de sus veintiún nietos. Fruto de los matrimonios de sus cuatro hijas y del quinto, varón. Estoy casi segura que ella nunca tuvo que recurrir a los pensamientos de otras personas menos acompañadas, cuando se piensa al final: ‘Yo tuve, yo hice, yo fui…’, porque Beatriz había sido bendecía con una familia de hermanos y primos, tan numerosa también.

Cuando decidí hacer esta elegía de la finada, me pregunté -por haberme ausentado profesionalmente de Jerez casi treinta años y solo haber tenido la oportunidad de recibir a la amiga de juventud en casa después de otros veinte, acompañada de su cuñadísima…- qué motivo tenía. Y enseguida me di cuenta que por la vinculación de la familia Lassaletta -como abogados y amigos- con la suya, desde principios del siglo pasado y haber sido en Utrera la Archivera de López de Carrizosa y Pavón- nunca le perdí la pista ni a ella, ni a sus antepasados de la calle La Libre.

Una abuela, piadosísima, una madre encantadora y un padre de caballerosa mirada azul, fue lo que me encontré cuando, en la infancia al tener cuidadoras comunes, las hermanas Ruiz Franco, les visitamos en la Alameda Cristina, donde también tengo maravilloso recuerdo de una preciosa y sencilla novia -quien también había elegido una mirada azul de por vida- y que por su forma de ser, sin ningún gesto inútil siempre- pasaba como un ángel de amabilidad y dulzura, entre nosotras las otras jóvenes. Y si de sus hermanas – por mi afición jerezanista, recuerdo su yegua torda, hispano-anglo-árabe y sus españolote ‘Osito’, no recuerdo qué caballo montaba Bea, pues lo hacía con sereno buen gusto, como todo fue en sus vida.

Un penúltimo derecho, me vino a la memoria, habíamos compartido como amiga a su prima Mercedes, y fue por ella que fui testigo del primer día que Beatriz aceptó una invitación de Eduardo -sin quien todo lo demás no hubiera sido posible- fuimos en su Fiat azul al Albarden. Aun Ángel Quintana de copiloto suyo. Las niñas atrás como se estilaba al principio. De eso debe hacer más de medio siglo. Todas las demás bondades de Beatriz, las conoce su familia y amigos íntimos. Y ya Nuestra Señora de la Encarnación y El Xto. de la Salud, la tiene con sus demás seres queridos, que partieron en el Cielo…

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