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Desde que me enteré de su fallecimiento a principios de año lleva rondando mi cabeza dedicarle uno de estos artículos de opinión al bueno de Pepe Benítez. Hasta hoy no encontraba ni el momento ni el modo de expresar mi respeto y cariño a una persona tan entrañable como ella.
En Jerez es legión los que pueden contar mil y una anécdotas sobre aquel multiusos del Xerez CD, aunque por encima de todo era el masajista del equipo. En los más de treinta años que estuvo vinculado a la entidad xerecista hizo de todo, cortaba el césped si hacía falta, limpiaba, lustraba y remendaba las botas, las equipaciones, los balones a los que mimaba de manera muy especial, sobre todo en Domecq cuando salían fuera del estadio, pero Pepe era el masajista por encima de todo no ya solo de los jugadores del Xerez, sino de casi cualquier deportista que tuviera necesidad de ayuda.
Tendría yo unos 15 años y jugaba en el Club Balonmano Jerez. Había sufrido un esguince y a través de la gestión del presidente del club, Manolo Mejías, fui un día a eso de las tres de la tarde a los vestuarios del desaparecido estadio Domecq. Allí estaba organizando la ropa de entrenamiento para el día siguiente cuando me presenté. Sin muchos aspavientos, me pidió que me tumbara en la camilla y tras observar el tobillo empezó a trabajar con él. Así estuve unos diez días y cuando terminó me dio un tubito de crema por la mitad y me dijo que me lo aplicara después de los entrenamientos y los partidos.
Durante aquellas sesiones, yo que he sido muy preguntón, fui descubriendo cómo había sido su tío Cristóbal quien le había enseñado la profesión, heredando su puesto y, aunque hombre de pocas palabras, cuando se sentía cómodo te contaba sus cosas. Ni que decir tiene que yo me sentí como si fuese un jugador profesional.
Años después, me volvía a topar con él cuando empecé mi periplo en la radio deportiva en nuestra ciudad. No se acordaba de mí, pero volvió a tratarme con todo el respeto y educación con los que nos trataba a los de la prensa, ya fueran veteranos o novatos, como era por aquellos años de finales de los ochenta mi caso.
Me gustaba llamarle Don José, al principio me solía responder que le llamase Pepe, pero imagino que se cansó un día y me permitió que lo tratase de usted. Era mi forma de mostrarle mi respeto. Me gustaba hablar con él e incluso de vez en cuando, cuando había marejada en el vestuario, intentaba sonsacarle alguna información, pero él tenía claro que lo que ocurría en el vestuario debía quedarse en el vestuario.
Su final en el Xerez no fue tan bueno como debió ser, él ya se hacía mayor y el fútbol profesional empezaba a incorporar a gente muy cualificada, siendo el área médica la que empezaba a reforzarse y ahí aparecieron los fisioterapeutas y readaptadores deportivos graduados en la universidad. Era otro fútbol y otro tiempo.
Afortunadamente siempre había gente que le tenían presente y en el año de primera, David Zarco, en representación de la afición, fue capaz de promover un sencillo homenaje en los prolegómenos de un partido en Chapín.
Pepe Benítez, Don José para mí, se ganó a base de esfuerzo, trabajo y respeto el corazón de muchos xerecistas y jerezanos.
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