Felipe Ortuno M.

La Mercé

Desde la espadaña

20 de septiembre 2023 - 00:00

Tiene Jerez una joya que no valora lo suficiente: un grito de libertad y fraternidad que antecedió a la revolución francesa en siglos y en categoría. Una Virgen Morena, más nubia-egipcia que europea, capaz de romper grilletes, prejuicios y colores, mucho antes de que los derechos humanos se proclamaran como una conquista laica. ‘Tiene que tiene Jerez’… lo más bonito en la tierra: la Virgen de la Mercé. Hoy que se enarbola la bandera de la igualdad y la no violencia, ya la izó esta Señora hace siglos (1218) en el altar mayor de la catedral de Barcelona. Tiempo aquel, de hierro y espada contra los sarracenos, lucha de reconquista de tierras, en que un providencial comerciante gira el curso de la historia y del negocio. De ser botiguer de intereses (mercenario), se hace mercedario (gracia) de libertad por los cautivos. Sustancial cambio etimológico e importante golpe de timón para el negocio de la dignidad del hombre.

Es aquí, en Jerez, tierra fronteriza, colindante con una realidad social de cautiverio cristiano, como consecuencia de las escaramuzas contra los sarracenos, donde se instaura el carisma mercedario y la advocación que, desde un principio, asocia la devoción de sus hijos a la merced de esta Imagen que se hacía liberadora de quienes eran hechos rehenes por el ejército enemigo. Tal era la cantidad de cautivos cristianos en manos de los moros, que los consejos reales de Aragón y Castilla confiaron tamaña tarea de rescate a las Órdenes religiosas surgidas para tal función: Trinitarios y Mercedarios. Aunque hubo exeas y alfaqueques intermediarios en los zocos de compraventa de esclavos, fueron, sin embargo, las órdenes redentoras quienes llevaron a cabo tamaña obra social de redención de cautivos.

Y fue la Merced, por medio de los frailes redentores y bajo la protección de María, quien trajo de vuelta a la libertad a tantos preclaros jerezanos que hasta entonces habían permanecido en las mazmorras de la esclavitud sarracena. Aquellos redimidos, cruzando en procesión la Puerta Real o la de Rota, introdujeron el emblema de la libertad que la Real Orden de la Merced les había procurado. De ahí la devoción histórica, de ahí su recuerdo y de ahí que se dirija a Nuestra Madre de la Merced el título de Protectora y Patrona. La vivencia del pueblo precedió al documento, la vida a la ley, el corazón al decreto.

La devoción a la Merced fue acrecentándose con los siglos, como consta en los anales de la historia local, hasta troquelar en el pueblo e inhabitar en él, como si una misma cosa fuera: Jerez es Merced en la Imagen de su Excelsa Patrona. Aquí sigue, liderando su causa, la más humana de todas las empresas: mercedaria y misericordiosa, libre y liberadora, enarbolando la bandera que se nos quiere arrebatar por todos los rincones, la libertad. La proeza de Pedro Nolasco sigue viva en Jerez, continúa en la procura de libertad de quienes se sienten esclavos de las nuevas corrientes liberticidas. Los actuales sarracenos ya no vienen del desierto, sino del totalitarismo ideológico que engrilleta a los ciudadanos libres con las carlancas de la sumisión de pensamiento. Aquí sigue el carisma mercedario mientras tanto, luchando por la liberación de las personas, por la reivindicación de la libertad cristiana, frente a cualquier cadena que pretenda esclavizar la íntima y sagrada conciencia de los hombres y de las mujeres libres.

Esta es, todavía, la misión que la Merced ejerce en Jerez: procurar que la libertad de sus hijos no sea conculcada por ninguna instancia de poder, ninguna institución opresora o por ningún pensamiento esclavizante. Seguir, por tanto, sosteniendo, desde la fe, con intelecto y acción ‘el don más preciado que los cielos otorgaron al hombre’: la libertad. Tenemos una joya histórica que avala el camino cristiano de Jerez, una figura que va más allá del calendario o el santoral, porque, lo que en ella celebramos, tiene que ver con la vivencia real de un pueblo y no sólo con la simbología histórica o ritual.

Aquí no hay devoción a un santo que coincide con la fecha de la conquista, ni el milagro de una carreta de bueyes que no quiere seguir adelante, ni siquiera el hallazgo fortuito de una imagen en un horno. Aquí prevalece la experiencia concreta de unos jerezanos que fueron liberados de la esclavitud denigrante por la intervención directa de su misericordia; toda otra cosa es secundaria. La fe redentora se identifica con la encarnación de los hombres y no con el mito de la leyenda, por muy florido y poético que sea. Evangelio en carne viva, liberación derivada de la Redención, encarnación redentora y redención encarnada.

Patrona más allá de cualquier prerrogativa de clases o grupos dominantes. No es advocación impuesta, ni hay privilegio jerárquico que la avale; al contrario, se ha constituido Madre del pueblo, a pesar de quienes, desde cátedras privilegiadas y canonjías, pretendían arrebatarle tales honores, aludiendo a legajos y obviando el corazón del pueblo que la quería. Hoy la tenemos, negra y luminosa, más viva que nunca, haciendo frente a las nuevas tareas que se avecinan, con la mira puesta en sus jerezanos, con la sonrisa abierta a los desafíos de la historia y con la categoría maternal que merece su Merced. Porque ahí anida una importante visión de la libertad (¡la única cristiana!) que se resume en que “mientras haya hombres esclavos, ni yo ni nadie somos libres”. ‘Todo lo que no sea restituir libertades oprimidas júzguese como tiempo ocioso y mal empleado’ (Tirso de Molina).

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