Felipe Ortuno M.

Noviembre: muerte y poesía

Desde la espadaña

01 de noviembre 2023 - 00:45

Aunque la horterada llamada Halloween predomina sobre cualquier otro tipo de celebración, me revuelvo en mi propia tumba, que es la de los míos, y propongo un acercamiento a la muerte desde la más bella poesía: “Qué mudos pasos traes, ¡oh! muerte fría, / pues con callados pies todo lo igualas” (Quevedo) Tiempo propicio para acercarnos a la frugal Parca desde el sublime y florecido prado de las palabras. Qué gran tema, tan actual siempre, para abordarlo desde el respeto lírico y la profundidad de los clásicos.

La muerte liberadora, la muerte igualitaria, la muerte inexorable que nos ayuda a pensar en la brevedad de la vida, el recuerdo de los nuestros o la postulación por el sentido. Acercarnos a ella con respeto, tremor y temblor, pero con la delicadeza que requieren los momentos íntimos y trascendentales: Señora tan blanca, Morada sin pesar, La nave que nunca ha de tornar, La Señora Silenciosa, La Veterana Infalible ¡Qué sublimes metáforas! “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” (Neruda) que mejor complementarían a Jorge Manrique en el largo poema que evoca con belleza inigualable el tránsito hacia la sombra final: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir”.

Poemas que nos ayudan a celebrar este primer día de noviembre: “Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar” cuando Machado susurraba a la muerte de su querida Leonor. Estamos para recordarlos “Dios mío, qué solos / se quedan los muertos” (Bécquer) darles vida, cuerpo incluso, en nuestro corazón. No están solos, la anamnesis los hace presente en el amor constante: “Cerrar podrá mis ojos la postrera / sombra que me llevare el blanco día”, para concluir con el hermosísimo y célebre verso: “Polvo serán, mas polvo enamorado” (Quevedo).

Prefiero poemas a la mascarada que se pretende celebrar en estos primeros días de noviembre. Quiero recordar a mis muertos para que no se pierdan, para que sigan siendo la semilla que fueron y fructifique en nosotros: “Sólo lo que se pierde es adquirido para siempre” escribió el dramaturgo Henrik Ibsen. “Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”, aseguraba Mario Benedetti. Es la muerte unos de los grandes temas de la literatura, y ¿de qué no? Ya en el romancero viejo aparece la lucha entre el Amor y la Muerte: Un sueño soñaba anoche / soñito del alma mía, / soñaba con mis amores / que en mis brazos los tenía. / Vi entrar señora tan blanca / muy más que la nieve fría… ¡Qué precioso modo de referirse a ella! “…allí van los señoríos / derechos a se acabar e consumir; / allí los ríos caudales, / allí los otros medianos / e más chicos, / allegados, son iguales / los que viven por su manos e los ricos” (Jorge Manrique) “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Antonio Machado expresa cómo quiere llegar al otro lado libre y sin nada que lo ate a este mundo terrenal.

Los poetas tienen un modo sublime de abordar la muerte, una manera delicada y excelsa que le imprime al hecho de morir un carácter casi heroico: “-¿Qué es morir? / -Morir es/ Alzar el vuelo / Sin alas/ Sin ojos / Y sin cuerpo” que, tan galanamente, escribió el poeta mexicano Elías Nandino. “Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas, / vengan los brazos verdes desplomándose, / venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa / sumido bajo los labios negros que se derrumban” (Vicente Aleixandre) “Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado” Así se refiere a ella una de las elegías más bellas que se han escrito, cuando Miguel Hernández rememora el zarpazo prematuro que la muerte da a su amigo Ramón Sijé.

Sólo queda aceptarla, irse con ella al ‘viaje definitivo’ en el que Juan Ramón Jiménez nos embarca con la serenidad de sus palabras: Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando. / Y se quedará mi huerto con su verde árbol, / y con su pozo blanco. / Todas las tardes el cielo será azul y plácido, / y tocarán, como esta tarde están tocando, / las campanas del campanario. / Se morirán aquellos que me amaron / y el pueblo se hará nuevo cada año; / y lejos del bullicio distinto, sordo, raro / del domingo cerrado, / del coche de las cinco, de las siestas del baño, / en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado / mi espíritu de hoy errará, nostálgico… / Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol / verde, sin pozo blanco, / sin cielo azul y plácido… / Y se quedarán los pájaros cantando.

Queda la posibilidad de desafiarla, plantarle cara, hasta romper su fuerza con otra fuerza mayor que pudiera matarla, tal como pretendiera, y yo quiero también, el poeta peruano Nicomedes Santa Cruz: Muerte, si otra muerte hubiera / Que de ti me libertara / a esa muerte pagara / porque a ti, muerte te diera. / La Señora Silenciosa, / La Veterana Infalible. / La Muerte, cosa terrible, / La Muerte… ¡tremenda cosa! / Qué fuerza tan misteriosa, / implacable, traicionera: / Llegas al que no te espera, / huyes del que te reclama, / ríes del pobre que clama: / ¡Muerte, si otra muerte hubiera…!

¡FELIZ TOSANTOS!

También te puede interesar

stats