T ENGO la convicción de que nuestro Gobierno ha concedido los indultos a los políticos catalanes sediciosos más por cálculo y estrategia que porque tenga una mínima certeza de que va a servir para cambiar el panorama; no dudo que el Ejecutivo tenga un fuerte deseo que así sea, pero sabe y da por descontado que eso no va a ocurrir. No sólo porque los perdonados no hayan dado la más mínima muestra de gratitud por la medida - y no hayan reconocido para unos el arrojo del Presidente, para otros su locura política-, sino porque no encontraremos en los cuarenta años de vida democrática una mínima señal que nos permita pensar que eso pueda ocurrir. Ni una sola, al contrario, la chulería de los excarcelados lo corrobora. Unamuno, tan citado últimamente, decía que el nacionalismo es una indigestión de mala historia. Vivió los años convulsos de Companys y conocía bien las tesis de su paisano Sabino Arana. Mientras que los catalanes y vascos en el poder sigan alimentando la mala historia en el empeño de que son una nación, nada les hará modificar su estrategia de confrontación. Juliá Marías, filósofo y escritor, senador en tiempos constituyentes, dijo algo que está en plena vigencia y que suena más o menos como que "no se puede estar todo el tiempo intentando contentar a quien no se quiere contentar". Nuestra historia reciente ha sido un camino de cesiones por parte del Estado en favor de las mal llamadas comunidades históricas en la búsqueda de un encaje que ellos rechazan cada día con más ímpetu, cada década con más apoyo popular, cada legislatura con una vuelta de tuerca que nos parecía imposible, inadmisible. Se pergeña ya una nueva intentona con el ofrecimiento de nuevos mártires para la causa catalanista; llegado el momento de volver a pararlos, serán más fuertes por la sin razón de un Presidente desnortado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios