Felipe Ortuno M.

Personajes de alta exposición

Desde la espadaña

18 de octubre 2023 - 00:30

Se ha dicho siempre: el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Hay personas así: manolita la primera, perejiles de todos los guisos ¡insoportables! Personalidades histriónicas que llaman la atención en lo que sea; hasta siendo sumisas, que ya es decir. Se sienten bien como ‘foco urbano’, inventores del heliocentrismo, ‘luises catorce’ del pequeñísimo sistema solar al que pertenecen. No está mal ser el centro en alguna ocasión, sobre todo cuando hay dispersión sobrevenida. De hecho (me ruborizo) he buscado esa centralidad en alguna ocasión ¿Quién no quiere cinco minutos de gloria? El problema es dar con un sabelotodo, polímata insuperable que, gustándose como los toreros en las buenas faenas, se recree ante el resto del vulgo; y, eso, sí que no. Suele ocurrir también lo contrario, que por destacar se sufra bullying de los vulgares, que también lo hay. Quiero, sobre todo, señalar al pavo real, esa especie de hombre plumado de fantasía cromática capaz de eclipsar al sol naciente. Que sean válidos y habilidosos, no lo pongo en duda -lejos de mí tal pensamiento- pero instigo a las altas amapolas que, por crecer y destacar, arruinan el desarrollo del buen trigo. Son pintureros, efectistas en todas sus cosas y comprometidos en el simulacro. Gente que va de acá para allá, que no ahonda, ni remata, ni se pringa.

El caso es figurar, dar imagen. In illo tempore, cuando las relaciones eran serias, a los que andaban de flor en flor se les consideraba promiscuos, no por ser abejas trabajadoras que liban el polen y producen miel, sino por ser mariposas sin más, que también adornan la naturaleza, faltaría más. Suelen ser simpáticos, decorativos y de poco asiento; a no ser que el sillón les sitúe en el proscenio de lo que sea. Tanto si es templo como si es parlamento, es accidental. Dominados como están por la alta exposición no es de extrañar que se confundan, y quieran ser el mismísimo Sagrario. Tienen poco de discretos, nada recogidos y huidizos de la intimidad. Debe ser porque en la soledad se encuentran consigo mismo y la verdad les resulta insoportable, como dice el evangelio sobre los fariseos cuando buscan notoriedad en la limosna, pavoneo en el ayuno y altavoces en la oración. Ved, por tanto, que estos personajes no me los saco de la imaginación, sino que existen intramuros, en vecindad cotidiana, y te saludan de refilón, afortunadamente.

Si dijera sus nombres les reconoceríais de inmediato, sabríais que es verdad cuanto digo, y aún aquello que callo. No hago otra cosa que describir sin insultar, narrar y referir cuanto veo, que es como levantar acta de lo que acontece y es público y notorio. Confieso que en mí levantan deseos irrefrenables de hostilidad; por más que alguno quiera ser amigo y no se lo consienta ¡Vade retro! digo en mi fuero interno, y apele a algún ensalmo para permanecer lejos de semejante género. Es gente que se las ingenia para estar siempre en el escaparate, en adoración perpetua de sí mismos y soplando a dos carrillos la trompeta de la vanidad. Yo, tocan. Yo, proclaman. Yo, declinan el nominativo, genitivo, dativo, acusativo, ablativo ¡Oh! vocativo. Van expuestos como en carroza y sólo necesitan que le bajen al santo para subirse ellos.

¿Sabéis ya de quién hablo? Exacto. Ese, cuyas caridades secretas aparecen en los periódicos; ese, que, en su humildad, vocifera, cual pregonero, su indignidad por haber recibido tanto aprecio buscado; ese, que expone generosamente, a oídos de todos y en gesto celebérrimo, lo que no tiene y se apropia de la fama de los que han dadivado de verdad; ese, que, por desconfianza de recibir el premio de la vida eterna, ya se lo granjea aquí, por si acaso, no vaya a ser. Ya digo, personajes de alta exposición, pulcros, bien trajeados. Hechos un pincel. Encantados de haberse conocido. Pendientes de sus hechuras. Que quede constancia gráfica y escrita de cuanto hago. Hay que dar buena imagen ¿Acaso son otra cosa? Víctimas de su propia caza, no viven sino para tapar continuamente la vacuidad de ‘su persona’. Los conocemos porque están a nuestro lado, a veces demasiado cerca, incluso dentro, en esa parte tonta del cerebro que se nos activa cuando relajamos el espíritu y nos dejamos llevar por la soberbia de la idiotez. A este personajillo hay que aplastarlo, derivarlo a la letrina, antes de que nos contagie con su ramplonería ordinaria. En fin, estos personajes extasiados en sí mismos, con más capas que las cebollas, no son sino ególatras redomados y narcisistas. Pobre gente que ha confundido su yo con Dios y andan perdidos entre ropajes y vestimentas a la espera de una limosna de aplauso y reconocimiento ¡Qué lástima!

Sólo tienen, que ya es bastante, una considerable deficiencia de amor verdadero y un exceso de amor propio. Basta con removerles un poco el reflejo del agua donde se miran para que se les desmorone el castillo de naipes en el que están refugiados ¿Se darán cuenta de sus ataduras? Yo me sentaré mientras tanto en el banco de la santa paciencia a contemplar con agrado el desfile de sus extravagantes atuendos de apariencia y exposición ¡Lástima! Son caricatura de la verdadera importancia.

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