Felipe Ortuno M.

Posmodernidad patógena

Desde la espadaña

12 de junio 2024 - 00:30

Cuando el pensamiento es raquítico las convicciones se caen y se instala el nihilismo. Las civilizaciones se desintegran por falta de doctrina, que es tanto como decir cimientos, tanto como construir sobre arena. El mayor virus inoculado a la sociedad actual se llama pensamiento débil, aquel que nos está configurando y destruyendo al mismo tiempo: relativismo, nihilismo y sensorialismo. Nada nuevo desde el momento en que desaparecen los principios de siempre que construyeron cultura más allá del subjetivismo de nuestra época.

La posmodernidad, que ha roto con la fe católica y con otras civilizaciones razonables, se quiere cargar al hombre mismo y no sólo la religión. Van pasando los años y comprobamos los resultados: más fentanilo y desolación que esperanza. El nuevo paradigma quiere empezar de nuevo, romper la cadena sucesoria (incluso la genética), deconstruir el pasado y modelar otro hombre, distinto al ser humano que hemos sido hasta ahora. Ya no sólo en la política de género, que echa por tierra la antropología más elemental, sino, sobre todo, el pensamiento del sentido común que ahora vaga por la nebulosa de la chifladura: innovaciones éticas, lenguajes a-gramáticos, sexo contranatural, transexualismo, animalismo, destrucción de la familia, despersonalización, en definitiva.

Quieren ser dioses, crear de cero un nuevo Adán ¿Qué hacer contra una sociedad viciada en este sentido? El ataque a la verdad, como si fuera una fábula de la mente mítica o un instrumento del poder, pretende imponer el subjetivismo a toda costa, como si el hombre actual estuviera alienado por causa de sus creencias. Un posmodernismo que busca al superhombre nietzscheano y tira por tierra todo lo que significa convicciones, creencias y religión.

Cree el posmodernismo que se puede superar la verdad de las cosas, como si toda referencia objetiva de sentido fuera una ilusión en manos del poder manipulador, para dejar al hombre desasistido de certeza. Si lo que propone el hombre posmoderno es dejar de creer en todo para vivir en el nihilismo que propone, prefiero quedarme con el postulado de la creencia absoluta que, por lo menos, me sostiene frente a la liquidez de una posverdad que deja a la intemperie y en pelota picada. Es de cajón.

Pero estos son los pensamientos a los que estamos asistiendo: exclusión de toda verdad absoluta, subjetivismo, escepticismo irreverente y ateísmo beligerante. Son los bueyes de la carreta. Ahora resulta que el sentido de la vida es opinable en medio del océano de relatos que nos quieran vender. No me extraña nada que el consultorio psiquiátrico esté cada vez más atiborrado de neuróticos y desasistidos. Nadie sabe a qué atenerse, dónde ir, ni para qué ni por qué se vive. Si no hay realidad objetiva, ni verdad, ni trascendencia, ni Dios, sino que todo son interpretaciones; apañados vamos.

En la posmodernidad ideológica priva el ‘cada uno haga lo que quiera’ como interpretación de la existencia. Pues bien, háganlo así en los colegios, en la familia, en la Iglesia, en el trabajo, y ya me cuentan. Que cada uno haga su cada unada. ¡Qué miedo! No vayan ustedes a pensar - ¡oh ingenuos! - que hay más libertad en ello; al contrario. Detrás del manido lema: “mi libertad acaba donde comienza la tuya”, hay una pobre atomización del ser humano, porque la libertad se plantea como si fuésemos torres de marfil a quienes no hay que obstaculizar.

Una visión de la libertad espantosamente pobre, porque en el fondo no tiene siquiera la esperanza de que las relaciones humanas nos enriquezcan o de que el amor nos haga mejores. Todo como Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como. La realidad es más compleja y la posmodernidad lo simplifica demasiado. Pero la ideología posmoderna gana muchos enteros promoviendo la apetencia social, la simplicidad de las cosas y el ‘laissez faire laissez passer’, que tan pingües beneficios da al Tripartito y a los delincuentes confesos. Que quieres abortar, aborta; que quieres drogarte, muérete; que quieres delinquir, hazlo. Nadie puede oponerse a tu libre decisión personal ¿Es esta la libertad que se propicia? ¿Dónde queda el amor a los demás, la responsabilidad comunitaria, que es la que verdaderamente nos construye e impide la aberración egoísta? ¿Quién está adoctrinando de manera sibilina y velada esta manera de pensar que, bajo el disfraz de tolerancia y diversidad, ha penetrado en el pensamiento social? Un zorro enmascarado que impone astutamente un nuevo totalitarismo deshumanizador.

Cuidado, por tanto, con quien te propone vivir a tu manera: cristiano a tu manera, político a su manera, esposo al libre arbitrio, hijo a mi apetencia. En el fondo yo-para mí-conmigo. El enemigo habrá conseguido que vivas a su manera y no conforme a los principios rectores que realmente te convienen ¿Es esta la libertad? Falta de compromiso, pensamiento débil, liberalidad fluida y nulos convencimientos lleva a donde estamos, a valores portátiles y subjetivos, al lugar en que nadie se quiere reconocer, aunque todos sabemos por qué estamos así.

Cantemos, pues, juntos con Frank Sinatra ‘My Way’. Dejémonos revestir de los pseudovalores que los poderosos quieren para dominarnos bajo la apariencia de libertad. Quizá volviendo a los clásicos, Platón y Aristóteles, por ejemplo, redescubramos lo bello, lo bueno y lo verdadero como realidad objetiva y salgamos de esta idiotez social que nos tiene manipulados y esclavizados por el pensamiento débil que intoxica ¿A manera de quién?

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