El parqué
Álvaro Romero
Avances moderados
Cuarto de muestras
En mi imperturbable pasión por el mundo de los toros siempre soñé con descubrir a un torerito desde sus primeras faenas en el campo hasta el triunfo en plazas de primera. Aprender de él sus miedos, su control del vértigo con apenas un trozo de seda o de percal, su manera de afrontar el triunfo y la derrota, compartir el misterio de las tardes gloriosas o su capacidad de acallar el rugido de una plaza. El ansiado dominio de parar, mandar y templar al más noble de los animales. Su manera de burlar la muerte y de trascender la vida. Soñaba incluso con ser capaz de contar esa íntima transmisión de emociones y escribirle una crónica para los anales. Y, por qué no, tendría que contar su épica en una biografía a lo Belmonte de Chaves Nogales. Ni mi vida ni mi bolsillo ni los tiempos que corren para la Fiesta me lo han permitido y me he tenido que conformar con conocer a los toreros que más me gustan como al resto de los hombres, por intuición, adivinándolos.
Con la poesía he tenido más suerte y he visto hacerse a algunos de los mejores poetas de mi generación. Acaba de publicar José Mateos “Los nombres que te he dado” que reúne toda su poesía publicada entre 1983 y 2023 junto a un poema inédito que cierra el libro. Su lectura se convierte en unos ejercicios espirituales de aquellos que obligan al silencio pero que una vez terminados te dejan sin habla.
Como todos los que de verdad saben, José Mateos tiene un misterioso dominio de la profundidad desde la sencillez. Una mezcla entre filosofía y religión sin apenas nombrar a Dios. En él están, sin aspavientos ni ampulosidad, el encuentro con la plenitud de la vida y la llamada omnipresente, sin engaños ni tabúes, de la muerte. El recuerdo al camino recorrido y al que se va haciendo a diario en esa búsqueda perseverante entre la niebla de lo que somos. El inesperado hallazgo de lo grandioso. La percepción de lo sagrado en lo pequeño y cercano. Es su poesía un canto de gratitud a la belleza del mundo, de conformidad con el dolor del que es imposible huir pero que también nos hace. Tienen sus versos tan honda emoción que hacemos nuestras sus palabras y deseos: “Que el viento traiga siempre/ este olor a verdad que desprende la tierra. / Que el misterio me marque/ hasta abrirme las venas un lugar o una música/ y que esa inmensidad sea mi costumbre. / Que ser un hombre que respira y ama/ no acabe todavía”.
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