El comunismo siempre estuvo preñado de aristócratas. Quizás tenga algo que ver el hecho de que Carlos Marx se casara con una baronesa descendiente por vía paterna del rey Jacobo y por la materna de los duques de Argyll, una de las familias más poderosa de Escocia. El mismo Lenin pertenecía a una familia de la llamada pequeña nobleza rusa.

En España también hay ejemplos rimbombantes como el de Nicolás Sartorius y Álvarez de las Asturias Bohorques, hijo de los Condes de San Luis, afiliado al PCE desde 1961 y cofundador de CCOO. Y qué decir de doña Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, jefa de la casa de Medina Sidonia y 'duquesa roja' por la gracia de no se sabe quién...

Junto a la aristocracia tradicional del antiguo régimen, el comunismo generó otra aristocracia del sóviet cuya nobleza fue probada en procesos de exterminio como los que nos relata Solzhenitsyn en el Archipiélago Gulag. También habremos de referir algún título de cuchufleta como el marquesado de Galapagar concedido a don Pablo Iglesias y señora, eso sí, antes de que doña Cayetana Álvarez de Toledo y Ramos-Peralta, XV Marquesa de Casa Fuerte, lo entronizara por primera y última vez como el hijo de un terrorista perteneciente a la nobleza del crimen político.

Los grandes comunistas, -normalmente-, son hijos de papá. Por eso le tienen más asco al rico que al noble. De otra forma no se entiende el continuo desprecio a prohombres como Amancio Ortega, hijo de un ferroviario, o a Juan Roig, hijo de Paco 'El Porquero' y dueño de Mercadona. El comunista no quiere acabar con la pobreza, sino terminar con la riqueza. Ahora bien, con la riqueza ajena, porque la propia la persiguen a sangre y fuego. Ahí están todos los líderes comunistas de Hispanoamérica enriquecidos a costa de una población que pasa hambre y penalidades. Como dice el refrán, se habrán de poner las barbas a remojar...

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