En este universo de mediocridades conviven demasiadas cosas fuera de lugar que se aceptan como buenas, a veces, incluso, como excelsas. Con muy poco se llega a lo más alto porque los criterios valorativos existentes y quienes se encargan de dilucidar la idoneidad de los mismos, tampoco son altamente considerados y no están sujetos a ninguna especial significación. Así nos luce el pelo. Hoy cualquiera, con casi nada, ejerce de sabio entendido y se le concede los más altos estamentos de decisión. Lo vemos en todo. Pobres abanderados de lo poco, con más osadía que valía y mucha cara dura se autodefinen estudiosos de algo y se atreven a pontificar de lo que no conocen ni siquierta de oídas.

Lo lamentable es que se les permite vocear sus desvaríos. Pintores sin oficio ni luces creativas exponen sin pudor; escritores de renglones torcidos y faltas de ortografía publican panfletaria literatura; lenguaraces pseudoperiodistas, con muchos argumentos vacíos, informan de no sé muy bien qué; locutores de voces impostadas emiten registros descompasados; investigadores de cortas entendederas anuncian descubrimientos a contracorriente. Y, así, una lista interminable de asuntos que atestiguan la pobreza manifiesta de lo que nos rodea. No quiero olvidarme de los políticos - sálvese el que pueda -; su estulticia, poca vergüenza, incapacidad y escasez es moneda de curso legal. Algunos aparecieron en los carteles electoralistas y no se les ha visto ni en los bares.

Sin embargo, en medio de tan poco, existen resplandores que te hacen seguir creyendo. El otro día apareció un libro que viene a darnos esperanza de que, en medio de la nada, todavía hay oasis de existencia lúcida y veraz. Su título, Semana Santa de Jerez; sus autores, Eugenio Vega Geán y Francisco Antonio García Romero; junto a ellos un joven economista de validez contrastada, Francisco Antonio García Márquez, pone la guinda a un pastel que va a ser necesario en un universo que necesita de mucha lucidez. Ellos, de nuestros más excelsos investigadores, son comprometidos estudiosos, profesores veraces y eruditos de lo auténtico. En ellos el rigor no tiene resquicios. En este trabajo, como en sus muchos anteriores, subyace la verdad. Cuando otros hablan de oídas, ellos manifiestan la sabiduría de lo científico. Que tomen nota los advenedizos aprendices de nada.

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