Felipe Ortuno M.

Selfies

Desde la espadaña

04 de octubre 2023 - 00:15

Tenemos ‘selfitis’: una comida, selfi; un amigo, selfi; una mascota, selfi; un avatar, selfi; una carajotada, selfi…selfi en la sopa, hasta en la cama, hoé. ¿No es mucho selfi? Huele más a trastorno que a socialización, más a deseo de ser reconocido que a autoestima. Hay quien se hace más selfies que latidos da el corazón, como si necesitara ser reconocido a cada rato y en todo. No sólo jóvenes (a quienes les atribuimos todos los males de las redes) sino gente talludita y nevada. Más de uno se ha descalabrado por causa de un selfie imposible; sin contar los fakes que nos quieren colar. Todo por inmortalizar el breve momento de la existencia, sin antes haberse leído ‘Sobre la brevedad de la Vida’ de Séneca. Selfitis límite, aguda y crónica, como los dolores de criadillas, que terminan en tal nivel de gravedad que necesitan procedimiento quirúrgico, o emasculación. Los que no somos ‘nativos digitales’ cultivamos la amistad con presencia física, y nos resulta penoso ver cómo las relaciones ahora se establecen más por redes sociales que por encarnación. Lo virtual sobre lo palpable, siendo que tan real es lo uno como lo otro. Llego a sospechar que lo irreal soy yo. Así están las cosas: las relaciones se establecen a golpe de teclado y se reciben en el iluminado celular, de tal manera que es posible que el homo erectus termine inclinado y sumiso a la nueva versión de esclavitud en la que se ha convertido la pantalla, o acaso (todo es posible) desarrolle antes el dedo índice que el sin hueso.

Podría pensarse en terapia, pero no me corresponde a mi decirlo sino señalarlo, puesto que el índice también puede servir para esta función señalatoria. Vuelvo al selfie. No es un fenómeno actual: ahí tenemos el selfie de Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Durero, Greco, Picasso, Frida… e innumerables otros. Tenían necesidad de reconocimiento, de cuyo deduzco que no ha de ser tan malo, incluso conveniente, en su justa medida. Digo que tenemos inoculado el síndrome de Selfie, ese uso excesivo de redes sociales que busca el reconocimiento propio en forma de Like necesario. Una obsesión, una pesadilla, una ceguera que trasforma a las personas en mercancía mediática y objeto de escaparate ¿No será esto una falta de autoestima que lleva al individuo a una sobrexposición patológica? Doctores ha en la Seguridad Social que podrán responder a esa necesidad que algunos tienen de recibir likes para sentirse bien. Sin duda, deseo irrefrenable de ser reconocidos, queridos, singularizados en esta sociedad tan anodina y despersonalizada; sin darse cuenta (paradoja tenemos) buscan en un medio inadecuado - uno de tantos - para encontrarse en una mayor infección. ¿Qué necesidad tienes - dije hace muy poco a una adolescente- de exhibir toda tu vida a la vista de desaprensivos o depredadores que te pueden triturar? ¿Por qué ha de enterarse todo el mundo del día de tu cumpleaños? Yo rogaría, a quienes se enteran del mío por Facebook, que, por favor, no me feliciten, se ahorren trabajo y no me den el peñazo. Ese uso excesivo de redes para el autorretrato tiene mucho de narcisismo y otro tanto de mentira maquillada. Veo los liftings faciales y me descuajeringo de risa. ¿Qué tiene que ver con la realidad? Es lo más parecido a montarse en un cohete vicepresidencial y transitar por los espacios infinitos de la mentira ¡Qué decepción cuando te encuentras con el susodicho! Cualquier parecido con la realidad, pura coincidencia.

Por una parte, queremos ser reconocidos y, por otra, tapamos la faz que verdaderamente nos identifica ¡qué diarrea mental! Recuerdo haber visto, en un lugar célebre de copas, a un muchacho, solitario y triste, haciéndose selfies en distintas posturas, sonriendo artificialmente mientras se autorretrataba, como queriendo dar a entender a sus posibles ‘followers’ que se lo estaba pasando ‘de muerte’, a la espera de cuántos ‘retweets’ van a recibir la foto en cuestión. Estuve atento a sus reacciones que causaron en mi desazón, por él, que ocultaba un drama interior de infelicidad y aburrimiento (o juzgué mal, quizás por estar yo abstemio en similar ambiente). Todos, como los divos, han estudiado el perfil bueno y repiten la postura hasta la saciedad, y la farsa hasta el infinito. Elaboramos una novela de la vida y nos lo creemos. Quisiera tener fe en todo cuanto me llega por redes, pero se me está desarrollando una corteza de ateísmo inconmensurable ¿Quién se cree nada de cuanto nos llega? No seré yo quien se sitúe en contra de Facebook, Instagram y Twitter (máximos exponentes de la tendencia selfies), si no de esa tropa tonta, narcisista e ingenua que lo reduce todo a una foto, huye de la realidad y vende la identidad-dignidad a la galería de las apariencias. Porque todo lo que parece, no es.

El próximo selfie me lo haré con pelo largo, sin máculas en la cara… suavizaré las arrugas, rellenaré los labios con botox virtual, seguiré la lógica de mentir, como una matrioshka rusa, que encubre dentro de sí una muñeca, que encubre otra, que encubre… y esperaré los miles de likes, que contemplarán con agrado mi maravillosa hipocresía. Absténganse después de saludarme, qué digo, de reconocerme en ‘la insoportable levedad del ser’, que diría Kundera.

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