Análisis

Joaquín Aurioles

Semáforo monetario en ámbar

Muchos "tira y afloja" en el mensaje del presidente de la Reserva Federal (FED) durante la reunión de banqueros centrales en Jackson Hole. Habrá ajustes, vino a decir, pero serán suaves y según vayan las cosas, incluida la pandemia. A principios de 2014, J. Yellen, por entonces recién nombrada en el mismo cargo, hizo un anuncio similar. Los tipos se mantendrían bajos, pero había que ir pensando en reducir el programa de compra de bonos puesto en marcha a raíz de la crisis financiera. Era la fuente fundamental de provisión de liquidez a nivel mundial y el simple anuncio de la probabilidad de restricciones provocó una enorme convulsión monetaria.

El precio del petróleo y las materias primas caía en picado y algunas economías muy dependientes de las exportaciones de petróleo y gas, como Rusia, acusaron el impacto. Consiguieron capear el temporal gracias a sus reservas de divisas, lo mismo que China, pero aumentó la convicción de la necesidad de reformas en su peculiar modelo económico. La perspectiva de tipos de interés más elevados en EEUU atrajo a los capitales del resto del mundo, provocando la apreciación del dólar, dificultades financieras en el resto del mundo y una crisis cambiaria que se dejó sentir especialmente Brasil y Turquía y en países endeudados, como Argentina.

La llegada del Covid provocó el retorno a los estímulos monetarios excepcionales. Los tipos de interés en EEUU llevan más de un año entre 0 y 0,25% y continúa la inyección mensual de 120.000 millones de dólares (un 80% de lo que produce la economía andaluza en un año) en forma de compra de bonos, cuya reducción podría comenzar de forma gradual. En esta ocasión no solo no ha habido convulsiones, sino que incluso la bolsa, que probablemente temía el anuncio inmediato de las restricciones, ha reaccionado positivamente.

Los mercados de renta fija y variable compiten entre sí. Cuando los tipos suben, los inversores se sienten atraídos por la renta fija y las bolsas tienden a caer. También los capitales desde el exterior, provocando la apreciación de la moneda, en este caso el dólar. En el resto del mundo aumentan las dificultades para conseguir financiación y las crisis cambiarias. Nada de esto ha ocurrido todavía, pero la economía norteamericana crece (ya recuperó el nivel previo a la pandemia) y crea empleo, además de registrar una tasa de inflación superior al 4%, que duplica el objetivo de la FED.

No existe, por tanto, sensación de debilidad en la economía que justifique el mantenimiento de tan alto nivel de estímulos, pero el presidente de la FED ha sido convincente en su mensaje de tranquilidad. Faltan seis millones de empleos y la inflación todavía no se ha trasladado a los salarios, lo que permite seguir tratándola como un fenómeno coyuntural y mantener el tono relajado de la política monetaria. Además, todavía circula el virus y permanecen las alertas sobre nuevas mutaciones.

En Europa se sigue pensando más en las restricciones de movilidad por la pandemia que en las monetarias, lo que garantiza un entorno amable de liquidez a medio plazo que, no obstante, podría verse afectado por la subida de tipos en EEUU en forma de fuga de capitales.

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