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Nos llegan tiempos felices. Y como suele pasar en esta vida, previamente nos encontramos con el contraste. Como si de pasar la mano del agua fría al agua tibia se tratara. Antes de la vorágine de las fiestas navideñas nos llega este noviembre. Mes gris. De reminiscencias oscuras. De añoranzas. De llanto que sigue fluyendo aunque ya no haya lágrimas. En muchas ocasiones he rajado, como lo hacen los mayores, de la plaga 'hallowiniana'. Tras la rajada pienso que es mejor acceder al conocimiento de la muerte a través de la diversión que del llanto. Mis noviembres eran de castañas asadas y nueces que cascar. Y de visita a los abuelos en el camposanto. Pese a todo, ese sentimiento triste anida aún en mi corazón. No sé. Está ahí y creo que jamás saldrá. Me lo llevaré conmigo. Lo reconfortante radica en que en unas semanas, tras la Inmaculada, le cantaremos al nacimiento, a la vida nueva, aunque por entonces también haya letras que nos sigan trayendo la sombra de noviembre: "Y nosotros nos iremos y no volveremos más". Y es que la vida es así. ¿Qué remedio nos queda?
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