Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Hay en la vida etapas de difícil catalogación, por más que la psicología evolutiva nos parta las edades como los niños el chocolate. Todavía no sé distinguir muy bien las lindes que van de un lustro a otro, cuánto menos de una edad joven a una edad provecta. Al decir de la experiencia parece ser que ésta se distingue por haber adquirido algo de conciencia, y como ésta se vende tan cara, me resulta todavía más peliagudo calcular el principio de la edad vetusta. Porque el final ya se sabe que es como la fruta, que está exquisita cuando se cae del árbol. Deberíamos aprender a elegir gobernantes de edad contrastada, esto es, de edad provecta, plena en años y sabiduría, y de este modo constituir un senado, presbiterio de amuebladas cabezas y meditados pensamientos, con el fin de que pudiéramos sustanciar, sin apresuramiento, probadas ideas y auténticos fundamentos. Roma gozaba de estabilidad emocional y política durante la etapa senatorial, con sus más y sus menos; no así cuando Marco Antonio y Cleopatra entraron en los juegos emocionales, que no se sabía muy bien si eran de conquista imperial o concupiscente. Y esto ha ocurrido con los últimos gobiernos de la extinta España. La pujante juventud de los últimos gobernantes nos ha dado tanto de eficacia democrática cuanto de insustancial estabilidad. La política sin arrugas es como la cara con botox, que termina cayendo por la fuerza de la gravedad, o como explicaba el sargento chusquero en teórica artillera, que, no sabiendo mucho de física, trazaba una artística parábola en el encerado y concluía diciendo que el proyectil caía por su propio peso. No le faltaba razón. Los jóvenes mandatarios han explosionado con grandes ideas y maquillajes, habiéndose olvidado, o no tenido en cuenta, la basa y el fuste de la edificación, que es en definitiva lo que resiste al ábrego y al cierzo cuando porfían. Porque la juventud es impulsiva y arrasadora, constructiva y demoledora a un tiempo, veleidosa y voluble, que no es ni malo ni bueno, sino que le es propio. No debería haber candidato a presidente que no alcanzara una mínima edad provecta. Imitaría en esto a la Iglesia, que es antigua y tiene la universidad de la experiencia y la solera de los buenos caldos. Fíjense en sus mandatarios: añosos como olivos, sesudos y, casi siempre, esclarecidos por varios doctorados. Mutatis mutandis, nuestros actuales gobernantes, forjados y preclaros militantes de base, con pragmáticas preparaciones de enchufe y carnet, casi todos en cortocircuito, de irrisoria edad, paupérrimas letras y experiencia nula en dirección de empresas o algo que diera alguna señal creíble. Así nos va, de ocurrencia en ocurrencia, a golpe de adrenalina hormonal y sarao pseudoparlamentario. Los asuntos de Estado necesitan 'la nieve en el pelo' para no dejarlos en manos de quienes empiezan a vivir. Y aunque es cierto que la juventud tiene muchos conocimientos; adolecen, sin embargo, de lo único que se necesita para gobernar: sabiduría, ciencia y arte que se adquiere con los años. A los jóvenes les corresponde conocer y a la vejez saber. No se contradicen, se complementan, pero cada cual en su sitio. Si hoy gobernasen los eméritos, no tendríamos la crispación en la que nos vemos, ni la crisis en la que nos agotamos. ¿No veis cómo hablan los que antaño fueran radicales incendiarios? ¡Cuánta mesura y sentido común en el tono y en la fabla! Ahora, que han adquirido la edad de la experiencia, que se superpone a la pretérita ideología profesada. No hay mejor cosa que unos buenos años; ya sea para queso como para jamón. Con el tiempo se consigue cierta dignidad que no se logra con los másteres: astucia, serenidad, reflexión, y aquello que queda después de haber olvidado casi todo, experiencia, sabiduría y canas, muchas canas, que son los adornos de las cumbres más excelsas (cuando hay pelo).

Los jóvenes para el poder ejecutivo son ideales; para el legislativo, los de mediana edad (que no sé muy bien cuál sea); pero para la gobernanza, el mejor caldo, de gallina vieja. De ella sale el gusto por la conversación, la apacibilidad de la dialéctica mesurada y el escepticismo por las urgencias de las cosas sin importancia. Porque en este incendio de políticos pirómanos, jóvenes aviesos de poder, necesitamos bomberos maduros que con sus arrugas encaucen la calentura de nuestra nación. Esos noveles parlamentarios, que saltan en el escaño con tanta locura, necesitan un poco más de edad para, por lo menos, en la acción de levantarse, mesuren la boca de su trasero. La edad provecta, en este sentido, se vuelve sorda a la tontería y muda para los exabruptos. Lleva tiempo llegar a ella… ¡Oh senectud, divino tesoro!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios