En 2022 se superará el estreno de un millar de series producidas en todo el mundo. Una sobreexplotación para que devoren los catálogos de las plataformas en streaming y que aún deberán de darse más codazos con nuevas compañías.

Ante un aluvión que triplica las cifras de un lustro atrás, no hay espectador que puede abarcar lo que hay y lo que habrá. Se alcanzan perspectivas de colapso: no hay demanda que necesite un millar de nuevas historias que se sumen a lo que se sigue produciendo, a veces con temporadas extenuantes. De ese millar sólo un puñadito conseguirá ser un fenómeno calamar. Cada vez se ven más series por bulimia visual que por enganche real. Muchos usuarios se agotan de antemano al ver todo "lo que hay que ver".

Otro asunto además es el postureo añadido de los premios, como señala Juanma Fernández en el portal Bluper. Acordarse de contenidos de calidad de la televisión en abierto va convirtiéndose en algo raro, un reconocimiento con complejos. Es más fácil premiar la televisión que no se ve, o que apenas se ve: series y programas que por el número de visionados cosechados reunirían un share inferior al de las cadenas de tarotistas. Premiar a toda costa las series y espacios gafapastas (que no cabrían ni en La 2) de las plataformas es un deporte de bajo riesgo. Por señalar el ejemplo más ruidoso, La Fortuna es una serie apenas correcta pero Alejandro Amenábar es como si fuera el showrunner que hubiera salvado la TV en España. En la tele que apenas se ve hay de todo, como en la TDT.

El reconocimiento algo exagerado a las series de pago en un flojo año de series no debería ocultar que hay una crisis de creatividad por exceso de contenidos. Hasta los argumentos de muchos documentales interesan más que las series. Sí, ya se sabe, la realidad a veces supera a la ficción. Las docuseries están en auge. Pero incluso Netflix o Amazon comienzan a caer en la tentación de los realities... Es decir, la televisión de pago quiere ser de mayor la televisión que se ve, la tele en abierto.

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