
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Elegir Andalucía
Uno de los mensajes más potentes del Papa Francisco en esta JMJ de Lisboa no ha ido destinado en exclusiva a los jóvenes, para los que ha tenido muchos y variados mensajes a cada cual más valioso, sino al pueblo católico en general, laicos, consagrados, sacerdotes y obispos. “En la Iglesia hay sitio para todos, repitan conmigo, para todos, todos, todos”.
Este aserto, que puede resultar muy obvio suena a nuevo, a esperanza en una comunidad eclesial más unida y que anda demasiado dividida entre diversas miradas, la mayor de las veces, contrapuestas, que está más atenta a lo superficial y a lo accidental que a lo sustancial de la Fe.
Una Iglesia que a veces parece que vive una fratricida guerra civil cultural y teológica en absurdos bandos, más preocupada de separar el grano de la paja, creyendo no pocas veces que somos los verdaderos depositarios de la esencia de la verdad revelada y que el prójimo está equivocado; más pendientes de la ley y la tradición -que son necesarias e importantes- que del Evangelio, siempre por estrenar.
El Papa pidió que la Iglesia no se convierta en una aduana -por las que solo pasan quienes tienen el pasaporte en regla-, porque corremos el peligro de crear comunidades excluyentes. Caben todos, cada uno con su vida a cuestas; una vez dentro, una vez acogidos y acompañados, ya se verá, dijo el Papa Francisco.
No se trata de renunciar a la enseñanza consolidada del Magisterio de la Iglesia, sino de entrar en diálogo con un mundo más diverso y secularizado, ni se trata del peligro anunciado por algunos de confundirse con el mundo, sino de convivir con el mundo para poder seguir teniendo en él una voz autorizada. Y eso obliga a tener mente abierta y actitud acogedora, a no rechazar a quien llama a la puerta, venga como venga. Los jóvenes son siempre una esperanza de un futuro mejor.
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