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Las nuevas leyes gubernamentales con ayudas a 'to quisqui', disfrazadas de misericordia para con las clases desprotegidas, contienen un indiscutible intríngulis de diseño social en cada uno de los insignificantes pasos, que, a la postre, acaban siendo el meollo del asunto. La intención es prorratear, lo antes posible, la manteca que aún queda, entre los posibles afectos, no vaya a ser que la intervención europea hiciera imposible la orientación monetaria, o del voto, que es lo mismo, dado el paradigma que se ha dado en las últimas autonómicas. Los grandes idealismos de bulto son siempre muy bien acogidos por las masas populares a quienes se les oculta, sin embargo, las minuciosidades, pequeñas cosas y naderías, que son, en realidad, el campo donde se cultiva y actúa el demonio de la manipulación.

Cuando las leyes de la nueva enseñanza, por ejemplo, disminuyen el nivel de competencia y relegan la excelencia a la exclusión por mor y defensa de los menos capacitados, es claro que no quieren lo óptimo de nosotros mismos sino la igualdad por lo servil, acaso por lo bajuno, que suele ser más dócil ante el pensamiento abstracto, a sabiendas de que tienen, casi siempre, menos capacidad de reflexión.

Les molesta educar en valores cívicos, históricos, filosóficos y trascendentes, porque prefieren una sociedad que ignore su ADN identitario y significativo. La preocupación por la gente desclasada está en la búsqueda del nuevo proletariado. ¿Cómo hacerlo? Creando mínimos niveles económicos y educativos, para, después, echarle la culpa al sistema que lo permite. Son estrategias populistas que propician la aceptación de recetas fáciles.

En el fondo, lo que se pone en juego, con las nuevas leyes anecdóticas de este gobierno de la ruina estructural, es una apuesta peligrosísima de la trasformación de lo humano. Vivimos unos momentos históricos de mala gestión económica, por un lado, y crisis de valores, con la deconstrucción de referencias tradicionales, por otro, coadyuvando el caldo de cultivo adecuado para llevarnos al nuevo orden mundial, que comienza con la gestión manipuladora del hombre masa, adocenado, atomizado, y probablemente desesperado. No quisiera exagerar con mis apreciaciones, si no fuera porque tenemos ejemplos históricos recientes que nos llevan a semejantes análisis de la realidad. Los sistemas totalitarios han surgido de las crisis económicas. Aunque parezca mentira, pueblos con niveles culturales y tradicionales, como Alemania y Rusia, incubaron en su ser lo que parecía imposible a vista de cernícalo pasajero. ¿Quién iba a imaginar que, de un estado degradado después de la primera guerra mundial, surgiera un genocidio de tal calibre? Es posible que la degradación y la humillación que sufrieron los alemanes, por parte de los vencedores de la primera guerra mundial, precipitaran los hechos; pero nadie podía esperar que aquel desmantelamiento de las estructuras estatales desembocara en un sistema totalitario nazi. ¡Ojo al parche! ¿No ocurrió lo mismo con el colectivismo estalinista? Quiero decir, con todos estos ejemplos, que las leyes, surgidas de la falta de debate, pueden ser peligrosísimas.

Los comportamientos de poder absoluto, amparado en pactos interesados, suelen ser, aunque parezca otra cosa, (la falsa democracia lo excusa todo) la negación del Estado de derecho. Lo único que nos falta es que haya una policía de partido. Acaso los defensores de lo políticamente correcto sean los que ejerzan esa presión, al modo de las SS, que tenían más poder que la propia policía estatal. Vivir para ver ¿quién sabe?

Me reafirmo en lo dicho, porque todos somos testigos de las arbitrariedades jurídicas que se cometen al abordaje. Veamos ¿En qué desembocará la lucha por el Tribunal Constitucional? ¿Qué pasará con la fiscal general? ¿Quién pondrá mano en la seguridad nacional? ¿Qué criterios guiarán a partir de ahora las actuaciones del Banco de España y Hacienda? ¿Se gobernará de verdad en favor de toda la nación? Lo que llega a mis oídos está lejos de lo que se nos dice: se perciben engendros de leyes arbitrarias, al agrado; la inseguridad ciudadana cada vez más al borde del abismo; el Estado de derecho, supuestamente, causa risa colectiva, mientras la disidencia es ignorada (no me atrevo a decir purgada) y comienza a ser, casi, un grupo humano perseguido por sus ideas.

Tengo la impresión personal (pesadilla de una noche de verano) de estar viviendo bajo sospecha. Lo único que faltaría es que haya delaciones entre conciudadanos y merecimientos por causa de una traición. Es la trasmutación de todo: víctimas tratadas como victimarios, desde el momento y lugar en que Bildu (con sus hombres de paz) nos representan en la OTAN y Podemos en la ONU.

Ninguna sociedad está libre del totalitarismo, por más que nos estén dando pan y circo, de maitines a completas. ¿Recordáis los grandes partidos de fútbol organizados por el Generalísimo Franco para el primero de mayo, fiesta sindical acallada por las masas distraídas? ¿Dónde se encuentran ahora las voces sindicales aplacadas por las subvenciones recibidas? Idas. Si a este paso somos cada vez más iguales; concluyo, a mi entender, que, en contrapartida, se va devaluando el preciado tesoro de la libertad. Nada más por hoy.

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