Felipe Ortuno M.

Verdad y relativismo

Desde la espadaña

15 de noviembre 2023 - 00:15

Me riño a mí mismo ¡Ingenuo! ¿A quién le interesa la verdad? ¿Existe la verdad? ¿Qué es la verdad? Así me puedo pasar día y noche hasta rayar el alba, de claro en claro. Todo es relativo, susurra al oído todo cuanto me rodea, hasta el infinito. Y en esa dualidad me sumerjo y ahondo. Qué difícil salir de ella, si no fuera porque el infinito termina engulléndose lo relativo y se constituye en lo no cuantificable. En este sentido me encanta el infinito puesto que termina dando valor absoluto a todo lo que no es capaz de medirse con el positivismo limitado. Es verdad que se pueden contar ovejas hasta el infinito, así como el número de estrellas infinitas, que no son relativas. La relatividad, esto es E = mc², no quiere decir que sea relativa; sobre todo para aquellos que lo relativizan todo y niegan cualquier componente que se sostenga en la verdad.

Presumo, no obstante, que el relativismo también tiene esa verdad por la que llega a afirmar tan tajantemente que todo es relativo ¡Qué lío! La explicación es muy sencilla, lo relativo busca ser verdad. Me interesa la verdad porque últimamente todo el mundo democrático reniega de ella, o la supedita a un producto de la dialéctica parlamentaria. Casi me atrevería a decir que otro tanto ocurre en democráticos ámbitos religiosos donde el dogma se diluye entre diálogos sinodales relativos. Vaya por delante que cierto escepticismo es bueno, en tanto no se convierta en cínico y se anegue en cerrazón; por lo demás, es bueno hasta lo malo, si en ello aprendemos a discernir verdades que lleven a la luz. Diría con el himno Exultet de la noche pascual: ‘¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!’. El relativismo es honesto, útil y necesario hasta que se topa con la verdad. ¿Eres la verdad? -le preguntará. La verdad nunca le convencerá del todo, porque el relativismo siempre tiene un argumento en contra.

Por más que le pongan la realidad delante de las narices, el relativismo se cuestionará por la nariz misma. ¿Te das cuenta? -dirá entonces la verdad- no consideras ni tu propia existencia. Así hasta la saciedad, así hasta que el relativismo se atiborre de vacío y nada. Luego-ergo- el mismo relativismo, en su misma duda, reclama una verdad que le colme para no destruirse a sí mismo. En el fondo, todo argumento en contra reclama de facto una verdad con la que concluir. Permitidme que después de este galimatías quiera defender la verdad absoluta que hoy tanto se niega. Sin ella estamos perdidos en las confusiones mentales que acabo de mostrar. Defiendo la veracidad de las cosas y las acciones, la coincidencia entre la realidad y la inteligencia, es decir la existencia de Alguien que nos capacita para comprender la terrible absurdidad que nos rodea. Sin esa Verdad ¿dónde vamos? ¿nos situamos entonces en la relatividad de todo? ¿avanzaríamos alguna vez en algo? Por ejemplo ¿hay verdad en la Declaración de los Derechos Humanos: derecho a la vida, opinión y reunión… Alguien lo duda?

Hoy, que la democracia admite el relativismo sobre ciertos derechos universales, me cuestiono, sin escepticismo, sobre cuánto tiempo le queda a esta sociedad actual para cavar su propia tumba. Si los pilares verdaderos son carcomidos por el relativismo salvaje ¿dónde queda la convivencia si da lo mismo ser verdadero que falso? ¿Dónde situamos el consenso? ¿En qué ley asentamos el acuerdo para que esto no se convierta en injusticia y anarquía? ¿Acaso no es esto mismo lo que ocurre con la amnistía propuesta por el felón? La libertad y el derecho individual chocan necesariamente con las puertas de los otros individuos. Es de cajón y de necesidad que los derechos de unos no contravengan los de los otros. Parece una verdad de Perogrullo, si no fuera porque está perdiendo su valor con el relativismo reinante en la búsqueda de intereses propios; en cuyo caso todo se dirime en la gran farsa. Algo de esto le está pasando a la verdad que nos ampara con la mentira que se impone.

A ello me refiero cuando digo que el relativismo salvaje está destruyendo, devorando más bien, la convivencia en España. Ojalá pudiéramos aterrizar en un debate donde las partes explicaran sus argumentos y llegaran a cierto acuerdo relativo; en cuyo caso daría por bien venida la alícuota parte de la verdad. Aunque no fuera la verdad completa, al menos tendríamos el asomo de la misma. Concluido el debate quedaríamos en tablas, que, no estaría mal, a sabida cuenta de cómo están las cosas, donde ni el relativismo, siquiera, pone pie en pared - ¡quieto parao! - a la tiranía reinante. Aquí sitúo mi defensa de la verdad, capaz de sobreponerse a todo, porque hasta en el relativismo salvaje, si se aplicara, suscitaría lo certero antes o más tarde. Verdad y relativismo. Difícil equilibrio. La realidad se balancea de tal modo que las manecillas del reloj marcan las horas de su extinción ¡Pobre Verdad!

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