Lo que nos faltaba. Éramos pocos y parió la abuela. Después del encumbramiento a los altares de la epidemiología social, donde hemos asistido a un derroche de prepotencia de la clase política como gerente ante la pandemia dando directrices sobre el distanciamiento no suficientemente aclarado, sobre el lavado de manos de andar por casa como hizo Pilatos hace veinte siglos, sobre el prospecto jeroglífico del libro de instrucciones de los geles hidroalcohólicos o los diferentes negocios con las empresas de vacunas, ahora, los políticos andan metidos a nutricionistas preventivos de la salud de la población. No había bastante con mangonear, tomar decisiones sin base, amedrentar, tergiversar, desacreditar, sacar rédito de decisiones partidistas o poner a parir a todo aquel que le discuta, que ahora se atreven a dar consejos.

Que dejemos de tomar proteínas en forma de carnes por el problema añadido del cambio climático. Es lo mismo que otros iluminados dicen al afirmar que reduzcamos el consumo de cerveza para evitar el cáncer como si no supiéramos lo complicado de aunar tabaco, alcohol o sustancias para la neurodisfunción que estamos acumulando.

Lo mismo que el figura que, en su momento, dictaminó que comiéramos menos langostinos y pescado por aquello del mercurio en las cabezas o el anasakis en las tripas o aquel otro jerezano que aconsejaba tomar yogures aunque estuvieran caducados como medida sociosolidaria.

Estamos ante una nueva era de la gama universal de las profesiones. El sabelotodo que de todo habla sin entender. En el mes de la subida del recibo de la luz, del litro de gasolina y de la barra de pan con nocturnidad y alevosía, solo faltaría que nos dijeran la mejor manera de rellenar los pulmones con aire o si también deberíamos tener cuidado y no respirar tan a menudo por aquello de prevenir intoxicaciones respiratorias en plena quinta ola.

Mejor no tenerles en cuenta y hacer de nuestra capa un sayo digno y con sentido común.