Hay una parejita que frecuenta el centro de Jerez que canta y baila para romperse la camisa... de fuerza. Cada cante, cada palma, cada coz de la bailaora resulta un insulto al flamenco más grande que las proclamas fascistoides de los progres valencianos. Pasean su 'desarte' por las calles de Jerez dejando a su paso un río desbordado de caras desencajadas, oídos afectados y gestos de incredulidad. Del 'desarte' al desastre hay un paso. Y éste se dio hace ya mucho tiempo. Conforme les veo fantasear sobre un tablao de adoquines, 'jipíos' mediante, alborotando la paz en la que deben vivir las pobres palomas del centro, no puedo menos que pensar que esa pareja que está a mi lado con sus críos, y ese pobre camarero de gesto esfíngeo, tienen derecho a la paz (auditiva). Y es que aquel dicho tan hermoso que señala que mi libertad acaba donde empieza la del otro se quedó corto hace mucho. No hay mal que cien años dure. Pero es que al rato llega un acordeón. Y es que a uno, qué quieren que les diga, ya le están tocando los tímpanos.

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