Análisis

rogelio rodríguez

Una estabilidad inviable

La ambición de Pedro Sánchez es inconmensurable y, muy probablemente, suicida

Pisamos un nuevo año y la esperanza es un acto de voluntarismo. Tan borroso e incierto como imprescindible. En las mesas de la Navidad española quedaron casi 70.000 asientos vacíos, víctimas mortales de esa fiera apocalíptica llamada Covid-19. Aciago 2020 que concluyó sin apenas estrellas de Belén. En su lugar, en Madrid, entre Colón y Cibeles, miles de neones reivindican la bandera de España. ¿Hasta ahí alcanzan las luces de los conservadores? En los teatros de la política siempre se han mezclado churras con merinas, pero habitualmente se hacía con cierta mesura. Ahora no. Ahora tenemos un Gobierno insólito y sin pudor que hasta politiza la prometedora vacuna que fabrica Pfizer. Las restricciones morales son las más dañinas. He ahí la hedionda primacía de las componendas partidistas sobre los criterios científicos y sobre las obligaciones de supuestos hombres de Estado que utilizan la pandemia como sordina. La espantada del aseado ministro de la salud, Salvador Illa, hacia los menesteres del cisma catalán certifica la farsa.

El espacio público se ha degradado. Lideramos Europa en confrontación política. El centroderecha, carente de mástil fiable, se imposibilita en luchas fratricidas y el Gobierno de coalición social-comunista reedita el desfile de despropósitos de los turbulentos años 30. La estabilidad política es inviable, pero se afanan en acallarlo. Todo por la causa de un presidente comprimido. Ni el Rey, en su discurso anual, se permite -o le permiten- licencia para referirse al destrozo institucional y democrático. Su margen de maniobra lo delimita el marco constitucional, no el interés partidista del Gobierno, pero... La permanencia de la Monarquía como órgano estabilizador se circunscribe cada día más a la impecable actitud personal de Felipe VI. Impactante ejercicio de responsabilidad y aguante el suyo. Es el único Jefe de Estado forzado a viajar de incógnito en su propio país. Entregar en Barcelona y a escondidas el premio Cervantes, el más importante de las letras españolas, no es un asunto menor, es una mueca en las cachas del independentismo, con el plácet innoble del Ejecutivo de la nación.

Los sondeos desmienten las exaltadas y manipuladoras apreciaciones del vicepresidente Pablo Iglesias, revelan que la idea republicana es muy reducida, que el modelo que instauró la Carta Magna del 78 no corre peligro, pero los republicanos populistas aglutinan ya a un 30%. La siembra anticonstitucional es creciente. El objetivo es situar el debate Monarquía-República en el epicentro de la preocupación ciudadana. Republicanos y separatistas disponen de semillas fértiles en los graneros del poder central. La cosecha más inmediata y simbólica está pactada: los indultos a los golpistas catalanes encarcelados. El Gobierno conminará al Rey a firmar una medida contraria al criterio del Tribunal Supremo e, incluso, de la dócil Fiscalía General. Hay hechos que marcan un antes y un después y éste no es baladí. La ambición de Pedro Sánchez es inconmensurable. Y, muy probablemente, suicida. Tarde o temprano. El puente de su poder está plagado de dinamita y Podemos, ERC, PNV y Bildu tienen en sus manos la mecha y la cerilla. Indescriptible elenco nos gobierna.

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