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Leyendo 'Allegro ma non tropo' de Carlo M. Cipolla, catedrático de Historia económica en las universidades de Pavía y Berkeley, he podido recordar la enseñanza de mi madre, ama de casa sin complejo feminista, que, siendo yo de edad influenciable, me suplicaba no tuviera amigos tontos. Naturalmente todo dicho con humor, como aquel reo que tropezó en la escalera yendo a la guillotina y dijo que tropezar traía mala suerte.

La humanidad está en estado deplorable, con un fardo de majaderías y desdichas bastante considerable. Las especies animales, tan iguales, según Darwin, han logrado evolucionar hasta aquí, sin que el naturalista se percatara de esa otra subespecie homínida tan abundante como la mafia y casi más numerosa que la Internacional Comunista: los estúpidos, o sea, los tontos e imbéciles, según mi madre. No están organizados, ni tienen ley, ni jefe, ni estatutos, pero actúan en sintonía con una fuerza invisible tal, que son capaces de impedir cualquier conato de felicidad humana allá donde se encuentren.

Ya dice la Escritura: 'stultorum infinitus est numerus', y es comprobable que se encuentran en todos los estamentos, de manera recurrente. Superan la racionalidad de todos los tiempos, entorpecen y obstaculizan todo lo que se proponen y es imposible asignar un número respecto del total de la población, aunque están en todo grupo humano. Aquí refuto a la madre naturaleza, cuando supone que todos somos iguales, y defiendo la desigualdad de los hombres: unos son imbéciles y otros no.

Los estúpidos rompen las leyes naturales y biogenéticas, como un grupo sanguíneo superpuesto, más allá de la previsión de toda divina providencia. Es increíble cómo la naturaleza mantiene constante la frecuencia de la estupidez. Lo mismo da el lugar, el grupo, la raza, el sexo. Da igual que sea pobre, rico o instruido. La probabilidad de la estupidez es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

A todo grupo corresponde la parte alícuota de estupidez. De tal suerte que, este resultado sale hasta en los premios Nobel, en pueblos desarrollados o subdesarrollados, da igual. La diabólica proporción de imbéciles se da en todos los ejidos y, de cualquier manera. Allá donde vayas tendrás enfrente a gente estúpida, superando cualquier previsión pesimista. Y eso es inevitable, al menos que quieras vivir solo, cosa que es tanto o más despreciable como relacionarse con gente despreciable.

Ya decía Aristóteles: 'el hombre es un animal sociable'. Estamos condenados a la relación, salvo los eremitas, estamos forzados a esta hipoteca relacional, de por vida. Viviremos entre incautos, inteligentes y malvados. Pero… también con los imbéciles y estúpidos, si señor, 'esos que causan daño a 'to quisqui' sin obtener provecho para sí, o incluso un perjuicio', como señala Cipolla.

Nadie puede entender, ni puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace, pero (Dios me perdone) juro que existe. Provocan sufrimiento, pérdida de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por unas acciones en las que no gana ni él ni nadie. Mantienen una coherencia implacable, porque, a diferencia del común de peatones, que nos equivocamos y acertamos alternativamente, ellos permanecen estúpidos inalterables, son coherentes con lo que hacen: fundamentalmente y firmemente estúpidos y perseverantes en el daño a los demás y a sí mismos. Son super estúpidos.

Y no todo queda ahí, sino en que, además, tienen la capacidad de influir sobre otros, causando perjuicios considerables, daños terribles a comunidades y naciones enteras. Los hay genéticos, sin duda, y por el puesto que tienen en la sociedad: burócratas, generales, prelados, presidentes y hasta jefes de Estado. Ahora habrá que averiguar ¿cómo llegan a tener poder? Seguramente, por la democracia, que facilita que todos los tontos lleguen a conseguir mayoría. Está por ver. Porque es inimaginable para los inteligentes que exista tal despropósito.

Insisto en que el poder de los estúpidos es peligroso, porque su lógica es inexplicable, irracional como acémila, ante quien no vale argumento previsible, por lo que el más inteligente o malvado queda desarmado e indefenso. La estupidez gana a cualquier estrategia, precisamente por su desarboladura intelectual, que es tan mendaz e ilógica que ni los dioses pueden con ella. Y lo peor de todo es que el imbécil no sabe que lo es, por lo que no se inhibe y aparecen sin pudor hasta destruir tus planes, la paz, la vida, el trabajo, el dinero, todo lo que haya, sin conciencia siquiera, ni provecho ni razón.

Entran en todos los sitios, sin que se enteren los inteligentes, que llegan a darles oportunidades, subestimando su poder nocivo, y, una vez ahí, provocan calamidades sociales, ruinas y desequilibrios. Son tan ineptos que superan a los manipuladores.

Cuidado con asociarse a ellos, craso error, porque son más peligrosos que los malvados y causan pérdidas incalculables para la humanidad. Es la persona más peligrosa que existe, y dañino, al máximo, si se practica con ellos la permisividad. Podrían conducir a todo un país a la ruina o a la desolación. Con la certeza de que ninguno se auto reconocerá en lo expuesto, me abrigaré tranquilo e intentaré mitigar tanto frío que envuelve semejantes acontecimientos. De ser divisado alguno, por favor, avisad.

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