
Tribuna Económica
Carmen Pérez
¡D espierta, Alemania, despierta!
Opinión
Nuestra Fiesta de la Bulería ha sido noticia recientemente y, por lo inusual de las fechas, de forma algo sorpresiva. Lo ha sido, además, de manera, como poco, curiosa: a través del desmentido de un anuncio que, aparentemente, era totalmente desconocido para el común de la ciudadanía y de la afición flamenca. El titular negaba que fuese cierto que la Fiesta se fuese a celebrar en el Teatro Villamarta. ¡Vaya! ¿Es que se había planteado? ¡Qué susto! Hubo que adentrarse en el cuerpo de la noticia para aclarar dudas y evitar sobresaltos.
Supimos, entonces, que el desmentido provenía del delegado de Cultura del gobierno municipal a raíz de unas declaraciones del portavoz del grupo socialista en el ayuntamiento, que había denunciado la supuesta intención de la alcaldesa de «encerrar» la Bulería en el teatro. También se pudo saber que todo provenía de una reunión del Patronato de Fundarte (fundación responsable de la organización del evento), donde se había tratado la cuestión. Aunque, realmente, lo que se trató -y aprobó, con los votos a favor del PP- en dicha reunión, fue el Plan de Actuación 2025 de esa fundación que, efectivamente, contemplaba el uso del Villamarta para algunos de los espectáculos de la Fiesta de la Bulería.
Que, según el citado delegado, esa posibilidad no se contemple, puede tranquilizar, pero, a la vez, la misma consideración de esa eventualidad, que sí se contempla por razones económicas -para ahorrar gastos, vamos-, desvela la penuria financiera de FUNDARTE, que, además de la gerencia del teatro y del Festival de Jerez, ha tenido que asumir la programación que gestionaba la desaparecida Unidad de Flamenco, más el Centro de Lola Flores, el Museo del Belén… Y todo ello sin que se incremente su financiación, que es, a todas luces, insuficiente. Se sabe que es estéril, pero siempre hay que recordar que la Cultura, además de un derecho, no es un gasto, sino una inversión y que, en el caso de la Fiesta de la Bulería, esa inversión tiene el valor añadido de atractivo turístico de verano, un componente que tanto se prioriza en otras ocasiones.
La ocasión da también pie para reflexionar sobre la naturaleza de la Fiesta de la Bulería y el rumbo que pueda tomar en los próximos años, dado que en los más recientes da la sensación de que lo hubiera perdido. Y lo de su ubicación, aunque importante y discutible, es solo una parte del debate, aunque no baladí. Desque que la Fiesta naciera en la terraza de un cine de verano hace cerca de sesenta años, ha recorrido una docena de escenarios. Pesan, cómo no, los 23 años de la Plaza de Toros y ese ambiente multitudinario de neveras y palmas a compás en los tendidos, pero eso forma parte de un pasado que no va a volver, como tampoco lo van hacer las audiencias que se contaban por miles de personas o los artistas que poblaron su historia de noches memorables.
Los tiempos han cambiado mucho y hay ciertas cosas que se muestran irrepetibles, y más con la amplísima oferta flamenca que ofrece cualquier verano. Pero no estaría nada mal que la Fiesta encontrara de una vez su casa. El entorno del Alcázar, dentro o fuera, fue una opción durante unos años, pero, por diversas razones, no llegó a cuajar, además de ser objeto de una pertinaz crítica periodística. No lo fue, sin embargo, su salida hace dos ediciones de los espacios públicos para ubicarse en uno privado, un hecho ciertamente trascendente.
Y, más allá de la sede, lo que hay que cuidar y tener muy presente es la naturaleza y, sobre todo, la identidad de la Fiesta de la Bulería, lo que significa y ha representado en su ya larga vida. De los muchos festivales flamencos de verano nacidos en la segunda mitad del pasado siglo, han sobrevivido aquellos que han sabido adaptarse a los tiempos y, especialmente, los que han sabido conservar su identidad. La Bulería nació como una celebración colectiva de nuestro arte y compás, una suerte de comunión entre público y artistas que ofreció momentos gloriosos. Que sus protagonistas hayan sido mayoritariamente artistas locales, que nunca han faltado, explica en gran parte el fenómeno.
La configuración en cuatro noches, creada por el desaparecido Luis Pérez durante los años que estuvo al frente de la extinta Unidad de flamenco con el anterior gobierno municipal, ofreció resultados estimulantes: la noche de la bulería joven nos desveló, año tras año, la insospechada garantía de relevo y de continuidad de que gozamos, y, con la noche dedicada a otros territorios flamencos, nos abrimos al exterior con interesantes encuentros: de Japón a Los Ángeles pasando por Utrera. El homenaje a los venerables se desgajó de la noche final que obtuvo resultados de diverso cariz, según los artistas encargados de dirigirlo.
Ese esquema, borrado de un plumazo cuando su creador falleció, no ha encontrado un diseño que estuviese mínimamente a la altura que demanda la Fiesta de la Bulería, que siempre ha gozado de una fuerte y muy propia personalidad. No, no se trata de acumular un número de espectáculos sin conexión entre sí y con una notable desigual calidad artística. Se hace necesario un relato que cohesione la propuesta y la haga atractiva. En resumen, se precisa recuperar una identidad que parece extraviada. Con ella, ya se sabe, pasa como con las libertades, que, como no las defiendas, las pierdes. Una identidad, con querencias expansivas que quizás estén reñidas con los espacios cerrados. Una fiesta que nos identifica y con la que debemos sentirnos identificados. Estamos hablando de un evento histórico, uno de los festivales flamencos de verano más antiguos de Andalucía que atraía a Jerez muchísima afición. Que no se pierda, pues.
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