
Tribuna económica
Carmen Pérez
El BCE en Jueves Santo
Desde la espadaña
Getsemaní es algo más que un huerto, más que un molino de aceite. Es la noche de todos los tiempos, la síntesis indescriptible de una pasión contenida, la pavorosa noche de todas las oscuridades sucesivas de la tierra. Allí estuvimos todos, porque la luna llena, que irradiaba en el semblante de Cristo, sigue reflejándose en los rostros de la humanidad. La Luna de Nisán, que resplandeció en el valle de Josafat, vuelve a tener delirios de muerte y vida, regresa para sentir el extraño desafío de sentido que acompaña al hombre. Noche de sueños y delirios donde el hombre se enjuicia ante Dios cuando cae sobre tierra.
En aquel lugar estuvimos todos, frente a la Puerta Dorada, más allá del torrente Cedrón, no muy lejos de Dominus Flevit, donde el llanto por la ciudad se convertirá en sudor de sangre y humanidad derrumbada. El jardín del Huerto no olía a flores de primavera sino a mirra que adormece, a confusión inmensa y a soledad acompañada de cobardía. Una noche de cáliz amargo, de Dios postrado y de peso incalculable, como el que se lleva en el alma cuando no se quiere amanecer. Es el momento de la oración solitaria, contemplación aterradora, cuando se presiente el destino de la vocación ineludible, como un presentimiento de infierno que te cerca y te ahoga, como si todo el mal del mundo se abalanzara sobre la respiración y te estrangulase. El hombre desnudo de divinidad frente al cáliz acre que le ofrece el mismo Dios.
Ahí nos encontramos todos, arrodillados en tierra, postrados ante el peso de la historia, aplastados por el propio desvalimiento, acaso turbados por el deber de ser hombres, que es como retornar a la tierra que nos acoge. Getsemaní es el término de insufribles pesares, convocación de amigos que te dejan, plaza donde se dan citan los delitos, ágora de delincuentes y perseguidos, asamblea de nocturnidad y alevosía.
Ahí estoy yo, y tú, en el lugar donde la humanidad te instiga y la divinidad parece haberse ido. Ya aparecen las espinas de la corona, como prefigurando la cruz, como si se vislumbrara el desprecio de todos los que luego pasarían por delante de él con ultrajes e indiferencia. Ya hay una cruz aquí y una puya atravesando su costado y una soledad inabarcable y un cielo oscuro y un corazón palpitante en medio de la tiniebla que lo anega: un Dios en medio de la tiniebla, con la postura arrastrada de lo humano, hecho carne y hueso, un Dios hombre.
Jesús ha querido estar en el lugar de los pecadores, vestido con traje de sangre, en el lugar del demonio para confrontarse con él. Quiere oír el silbar del viento entre la lobreguez de los olivos para abrazarse al tronco añoso de la historia y rescatarla. Aquí está el inri de su cruz, sobre la noche de su espíritu angustiado, sin metáforas, en el ‘descensus ad inferos’ del que nos quiere redimir. Ahora suda sangre, segrega el pecado de Adán, la sangre de Caín y la inocencia de Abel. Lleva la expiación del linaje, la purificación de Sodoma, la culpa de todos los desmanes y el rostro desfigurado del infecto cristianismo.
Vamos nosotros en su sangre, nosotros que hemos deformado su rostro y diseñado la cruz en la que muere. Getsemaní es el huerto de los presentimientos, de las muertes anunciadas, de las historias presentes y pasadas, de la Iglesia pecadora y de la humanidad destruida en las masacres que se reeditan en el siglo XXI. Por eso sigue depreciado en el polvo de Getsemaní, sangrando bajo la luz de la luna, como si Dios no existiera y la obscuridad se colase por los orificios de la actualidad. Si es posible aparta de mi este cáliz.
En este hombre, Ecce homo, que nos identifica en la noche de los tiempos, está el dolor del mundo, el rostro de la humanidad herida, la noche de todas las noches, las espinas, las llagas y el costado. En este huerto está el fruto que ha de colgar del árbol de la vida, en este invernadero de soledades humanas y divinidad incomprendida ¿Puede llegar Dios a ser así? Pareciera que los padecimientos del mundo se agolparan en él ¿será esta su corona? ¿la llaga de su costado? ¿la Veracruz que antecede al madero? Aquí está el sufrimiento del mundo, las incomprensibles situaciones de la injusticia, las claudicaciones de las personas, la imposible asimilación de la enfermedad, las renuncias al Dios inasible, las faltas de fe y acaso de esperanza.
Todos estamos citados en el foro de Getsemaní, en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en su sangre y en su noche, en la paradójica luna de contradicción donde no se sabe muy bien quién es Dios, si el hombre agotado o la hiel que contiene el cáliz de la existencia ¿Dónde está Dios en el plenilunio del Huerto? Todos duermen, menos el enemigo, que mantiene la lucidez de la tentación, la extraña inteligencia de la noche. Sólo él vela la inconsciencia de los amigos, sólo él ante el sueño de la humanidad, sólo él amparando la dignidad humana, levantando la mirada hacia los astros, la verticalidad que se precisa para estos momentos de noche interior y abatimiento. Aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya…
¿Quién entiende la voluntad de Dios en este momento en que sólo se es hombre? Aumenta la tiniebla y el insomnio de los siglos, de tantos hombres inocentes que no entienden ni la guerra ni el hambre ni el frío, y tantos arrojados a la nada que siguen vagando por la noche de los tiempos. Getsemaní es la memoria de todos los dolores que esperan a una tercera noche para amanecer. Entre tanto, Pedro y los suyos, nosotros, abrigados bajo las ramas del olivo, ausentes de sus ojos, ignorantes de todo, sumidos en el sueño de la inconsciencia. Jesús también asumió la necedad, también lloró por la torpeza de quienes tenía a su lado. No saben lo que hacen… lo pronunció aquí antes que en la cruz. Y ahora en Ucrania, Gaza, Congo, Nicaragua, Venezuela…Sigue el reguero de sangre sobre el suelo de Getsemaní, como una hematidrosis continuada, un río de humanidad infecta. El rostro lunar sangrante de Jesús sigue apareciendo en el huerto de la humanidad, un fantasma que, más allá del Cedrón, brota como un hombre cualquiera que se estremece en la noche, como si Dios volviera a entrar en agonía cada vez que alguien tiene que beberse el cáliz amargo de la vida. Getsemaní, el pánico de Dios, donde comienza, acaso se sintetiza y consuma, la completa historia de su Pasión.
También te puede interesar
Tribuna económica
Carmen Pérez
El BCE en Jueves Santo
El parqué
Jornada de caídas
La Crestería
Manuel Sotelino
Una lectura positiva del Jueves Santo
Breve análisis comparativo de Andalucía y País Vasco
Lo último