El fin de semana pasado Jerez volvió a ser protagonista de la gran Fiesta de España, las corridas de toros. Casi dos años sin toros en la ciudad era demasiado para un lugar que tuvo, tradicionalmente, una de las mejores Ferias y hasta donde querían venir las primeras figuras del escalafón y las ganaderías más importantes del campo bravo. Es verdad que, ya, aquello sólo está en el recuerdo de los aficionados más veteranos. Hoy, como ocurre en otros tantos sitios que fueron referencia en la Tauromaquia, todo es un pobre remedo de lo que fue; sin aficionados en los tendidos y con espectadores ajenos a la verdad de la Fiesta. Lo bueno es que, pese a los desinformados que niegan la realidad, los toros forman parte de la esencia cultural del pueblo y, por fin, otra vez, hubo toros en Jerez. Por eso, ahora, cuando los políticos se empeñan en buscar protagonismos culturales - no porque lo sientan sino para aparentar ciertos lustres que sirvan para desasnar sus paupérrimas intenciones y las pocas actividades potenciadoras del espíritu que organizan - podrían apostar, con fuerza, por la universo taurino e incluir, en sus proyectos hipotéticos para conseguir futuras capitalidades de algo, buenas programaciones taurinas. Sería todo un acierto, pues en la ciudad no sólo se vive del flamenco y vendría muy bien abanderar esta realidad a la que casi todos los políticos miran de reojo o, simplemente, no miran. Claro que para eso, como para otras tantas cosas, nuestros dirigentes tendrían que tener personalidad, conciencia y deseo. No creo que lo tengan y si lo tuviesen estarían supeditados a las consignas de los partidos que los mantienen en sus puestos de mando. Y, estos, están tan equivocados o permanecen al margen de todo, que no saben dónde están. La gran Fiesta de España, merece el mayor de los respetos y no esa tibieza de unos políticos sin conciencia cultural y nula sensibilidad.

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