La sacristía del arte
Inmaculada Peña
Si Jerez muere
Son días de melancolía y tradición trascendente tanto por los difuntos como los fantasmas en un mundo en el que andamos huérfanos de emociones ligadas a personas vivas. Lo que debería ser una constante en nuestras vidas se nos antoja lo menos cotidiano del mundo y solo nos acordamos de esos sentimientos cuando nos faltan. El amor y el cariño por los vivos es una quimera. Nadie parece dar importancia a los afectos y las vibraciones de quienes tenemos delante, con lo que cobra importancia aquello de que nos acordamos de la gente y le hacemos homenajes cuando ya no están con nosotros. El bienestar de nuestra gente, de nuestros niños o de nuestros mayores más cercanos debiera ser fundamental y no esperar a que sean cenizas o huesos para acercarnos a su memoria.
Es cierto que el ritmo de vida no ayuda. Parece explicable que a veces no tengamos tiempo. Pero no es de recibo. Ni en las distancias cortas de nuestras familias ni en las distancias lejanas de quienes son fuente de inspiración. Se ha ido Rafael el día de los difuntos y la música callada del toreo se ha hecho sinfonía de alabanzas y loas cuando ya no sirven para ayudar a una persona que necesitaba más que nadie la comprensión en vida. Se fueron muchos incomprendidos. Muchos genios. Copérnico, Maquiavelo, Einstein, Pablo Milanés, Bécquer, Gandhi, García Márquez, Beethoven, Lorca, Silvio el rockero y tantos otros. Se siguen yendo, a diario, tantos.
Mientras tanto, el maestro Sabina dando sus últimos conciertos en directo durante estos días en lo que se puede definir como el epitafio en vida de su último vals. Qué se dirá cuando se vaya. Por qué no se dice o se hace ahora. Lo cierto es que estamos mal acostumbrados a no hacer cuando hay que hacer y a portarnos divinamente cuando ya no es útil ni necesario. Es una forma como otra de seguir siendo incongruentes con nosotros mismos. La comprensión y los homenajes, en vida.
También te puede interesar
Lo último