Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

La humildad amenazada

17 de diciembre 2025 - 03:06

San Benito, en su Regla, detalla doce grados de humildad; Santo Tomás de Aquino reflexiona otro tanto para batallar contra el orgullo; Bernardo de Claraval establece escalas similares a la de Benito para practicarla. Son numeroso los tratados que instan a esta virtud. Raro es el pensador cristiano que no lo hace. Santa Teresa llega a darle tanta importancia que la relaciona directamente con ‘andar en verdad’. El paganismo no la asociaba a la religión, pero le daba una importancia considerable en su filosofía y práctica: propiciaban la moderación, la huida del deseo de fama y poder. Los estoicos, sobre todo, aunque no tuvieran un tratado propiamente dicho, la promovían y aconsejaban con denuedo.

En todos los sabios honestos hay un acercamiento a esta manera de actuar, en claro contraste al orgullo, que ciega el entendimiento y vuelve gilipollas a quien lo tiene. La humildad se manifiesta en esa gente que es servicial, habla poco y juzga menos. Encontrar a un tipo así es un tesoro.

Ocurre, con frecuencia, que la persona que más vale se manifieste con esa actitud; por el contrario, los que se ensoberbecen, se vuelven intragables. Cuanto más vale un tío, más humilde es. No necesita aparentar, como le ocurre a ‘los fulanos que les dan un carguillo’ ¡cuánta tontería! Los humildes son serenos y modestos, como se describe en los grados de San Benito. Una persona, que conoce sus limitaciones y debilidades, obra de acuerdo con ese conocimiento: sencillez y recato. ‘Llaneza, Sancho, que toda afectación es mala’.

Hay quien se ha subido al pedestal del poder y brilla en el escaparate social de manera engañosa. Quieren hacerse valer, abrirse paso…y lo hacen con petulancia, codazos y perversidad. Echen un vistazo a quienes nos gobiernan ¿alguna muestra de humildad, algún reconocimiento de culpa? Nunca se equivocan, por más que tengan contabilidad B detrás de tanto autobombo. Es una lástima que la humildad haya de andar pidiendo perdón, derrotada y clandestina, en medio de una sociedad tan engañosa.

Lo del gobierno es sólo un ejemplo político; pero véanse cada uno de ustedes, contémplense en sus quehaceres cotidianos, y no estarán muy lejos de cuanto señalo de los innombrables. En cualquier orden de vida anda la petulancia. Si, por alguna razón, la humildad se colara en nuestras vidas, la consideraríamos una intrusa, la tacharíamos de marginal y le haríamos más bullying que el kukluxklan a los afro. Digo bien al afirmar que es una virtud amenazada de extinción con tanto presumido subido en la cátedra de Moisés.

Me viene a la memoria la parábola del fariseo y el publicano: dos personajes representativos, contrapuestos e irreconciliables. Algo huele mal cuando abre la boca el fariseo. Tanto exhibe sus virtudes que chirrían hasta los engranajes de las filacterias ¡cuánta jactancia y desprecio a otros! El publicano simplemente agacha la cabeza ¿Para qué más? Pero, como vivimos atareados en sabernos vender y abrirnos paso contra todo, obviamos lo único verdaderamente importante.

Os remito a la etimología: proviene del latín ‘humilitas’, que a su vez deriva de ‘humus’, que es tierra o suelo. Advirtamos que la etimología nos conecta con la tierra y lo bajo. A ver si nos enteramos de que procedemos de la tierra (humus) ¿Dónde está lo esencial de lo humano? Una persona humilde se sabe tierra, con sentido de límite y proporción, sin zarandajas. Hay gente que cree que su estornudo provoca un terremoto. Tienen complejo de Padre Eterno, y siempre están estorbando.

Convendrán conmigo en que es preciso cultivar la modestia, aunque cotice a la baja en los valores dominantes ¿Quién valora el trabajo oculto? ¿Quién está anclado en lo auténtico, sin necesidad de espectacularidad ni apariencia? Queremos menos humos y más sustancia, menos exhibición y más verdad, más profundidad y menos ligereza, en todos los campos ¿Sabremos valorar la importancia de las personas menos importantes? Con tanto cinismo como hay, y tantas ganas de medrar, ¿aprenderemos a no dejarnos jirones de dignidad por el camino? Se trata de restituirnos a la verdad de nuestro ser.

El filósofo Sócrates enfatizó la humildad intelectual para alcanzar la sabiduría, la conciencia y la disposición de querer aprender. Conviene proceder con humildad, pues son los pinos más altos y frondosos los que antes alcanza el rayo y los hiere. ‘Hijo mío, dice el Eclesiastés, en tus asuntos procede con humildad’. La gente de mucho bullicio lleva poca sustancia; por el contrario, son los ríos profundos los que se deslizan con menos ruido.

No pretendo, en modo alguno, subrayar la moralina empalagosa; pero, es tanto el cinismo de quienes obran con orgullo y sin escrúpulo, que conviene dar un pespunte de sentido común al cálculo oportunista y escaparatismo sinvergüenza. Una pizca de mayéutica viene bien, siquiera sea para desenmascarar al hombre necio que cacarea tanto como la gallina al poner un huevo. Que cierre el pico. No está de moda la modestia, que vendría, en todo caso, de reconocer las propias limitaciones; no está de moda tener recato, ni renunciar al YO, para que, siendo sinceros, se escriba con minúscula. Concluyo con Lope de Vega: ‘Entiendo lo que me basta/ y solamente no entiendo/ cómo se sufre a sí mismo/ un ignorante soberbio’.

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