Análisis

manuel campo vidal

El independentismo, a por borrell y serrat

Aquel 17 de octubre de 1986, en Lausanne (Suiza), cuando Barcelona ganó los Juegos Olímpicos del 92, Jacques Chirac, alcalde de París y primer ministro francés, estaba muy contrariado por la victoria catalana. Pero la señora Sallyanne Atkinson, alcaldesa de otra ciudad candidata, la australiana Brisbane, estaba radiante: "Los Juegos se van para España, pero yo he puesto mi ciudad en el mapa", le dijo a Pasqual Maragall al felicitarlo. Poner la ciudad en el mapa es el sueño de cualquier alcalde. Acaba de conseguirlo el regidor de La Pobla de Segur (Lleida), Marc Baró, al retirarle la calle que honra a su hijo más brillante e internacional. Así pone a su pueblo en el otro mapa, el de la lista negra del odio.

Sí, a Josep Borrell Fontelles, el montañero que habla con orgullo de su origen pirenaico. Borrell, vicepresidente de la Unión Europea, Alto Representante de Exteriores y de Seguridad. Hombre clave en esta situación de crisis mundial; capaz de plantarse ante el temido ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, que odia al español porque le desbarató un intento de división de los 27 países comunitarios respondiendo con autoridad por todos a la carta que el ruso había enviado a cada uno de ellos. Borrell enfrenta ahora al primer ministro Benjamin Netanyahu, que está a punto de dinamitar la división de poderes en Israel y por eso le niega su entrada en el país. Desde dentro, los demócratas reclaman su presencia para denunciarle la tropelía. Borrell, sí, percibido en numerosos países de varios continentes como aliento a sus aspiraciones democráticas y de desarrollo económico. Pregunten en América. "En el radar de la Unión Europea no aparece América Latina y hay que trabajar sin descanso para resolver esa situación", defiende nuestro embajador europeo suscitando esperanza en esas latitudes.

Mientras todo eso sucede, en su pueblo lo denigran; no solo a él, sino a todos los que aprecian su inmensa labor, aun discrepando a veces con alguna declaración suya. Una tristeza. Abochornados, los descendientes de la localidad (salvo el 12% de los residentes que lo comparten), probablemente evitarán a partir de ahora mentar fuera el nombre de su pueblo porque, con lo que Borrell hizo siempre por La Pobla, les cae seguro un comentario recriminatorio sobre la ingratitud.

Al señor alcalde, de Esquerra Republicana y de nuevo candidato, no parece que le haya llamado nadie, y si lo hizo no lo atendió, advirtiéndole que no se le puede hacer eso, no ya a Borrell, sino al nombre del precioso pueblo que preside. Un ridículo internacional. Pere Aragonés, también de Esquerra, presidente de la Generalitat, viaja estos días por América Latina. Con dificultades, por cierto, para ser recibido por las primeras autoridades de cada país visitado. Puede pasar. Lo peor será si las autoridades que lo atiendan, quieran iniciar la conversación tratando de generar simpatía. "Así que usted es catalán, como Josep Borrell. No sabe lo que aquí se le respeta". Tragará saliva. "Y catalán es también ¿verdad? nuestro admirado Joan Manuel Serrat que en este país genera locura en la gente por la esperanza de los versos que canta". Más saliva. Cualquiera les explica que, a esos dos personajes, que probablemente son los catalanes más universales del siglo XXI, como Pau Casals lo fue del siglo XX, los tiene enfilados el independentismo. Como al cantautor Raimon y a tantos otros referentes. Cualquier proyecto político es legítimo, pero ninguno justifica tanto desatino. Existe la miseria económica, pero también hay miseria política.

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