Hay que reconocer que los chinos son unos cachondos. La muerte en China es otra cosa. Esa alineación del individuo que tanto ansían los extremistas de la progresía alcanza allí cotas dignas tanto de vergüenza como de estudio. Les cuento varias. Ya saben ustedes que la familia de los ejecutados deben pagar la bala con la que se quitará la vida a su ser querido (o no tan querido); los órganos de esas personas son extirpados para personas (del partido lógicamente) que los necesitan; y la última es que a partir de ahora nadie va a poder ser enterrado. Todo quisque deberá pasar por el horno crematorio. Sí o sí. ¿La razón? Pues que los cementerios ocupan mucho sitio y hace falta para los vivos en forma de casas y pisos. El problema radica en que es tradición china (les juro que es cierto) hacerse el ataúd a medida con las mejores maderas, pagarlo durante años, y exhibirlo antes de su uso definitivo en casa ya que da suerte y longevidad. Papá Estado está enviando policías a las casas para confiscarlos. Y se ha liado parda.

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