20 de febrero 2025 - 03:06

España lideró el mundo durante los siglos XVI y XVII. Hoy lidera el ranking planetario en consumo de ansiolíticos. Esas pastillas que ha probado casi la mitad de la población y que se utilizan para ahogar los sentimientos de temor, ansiedad, terror a los malos políticos y tiranteces musculares. ¿Quién no ha probado una dosis de Orfidal o Lorazepam, ya sea solo o en compañía de un güisqui irlandés?

La dieta mediterránea perdió el prestigio en beneficio del rollo patatero de la comida deconstruida. El aceite de oliva es artículo de lujo y la ensaimada mallorquina ha dejado de hacerse visible en los equipajes turísticos. Estas costumbres garantizaban un adecuado equilibrio psicopatológico. Pero la sociedad española, de tanto mirar al norte se ha barbarizado. Cosas estrambóticas que contaban de países como Suecia o Dinamarca ocurren hoy en España, corregidas y aumentadas. Los jóvenes juegan a ser independientes con ayudas absurdas del erario público y los ancianos mueren solos, sin que nadie repare en su ausencia, hasta que algún vecino escrupuloso repara en el óbito, por el hedor. Al viejo no le queda familia que le extrañe.

Ya no hay proyectos de vida a largo plazo porque las nuevas reglas de la política impiden compromisos que vayan más allá de unos pocos meses. Se fomenta una vida asilvestrada y anacoreta en la que los hijos son un estorbo y los perros una compañía. El modo de vida marginal se está generalizando y, lo que es más triste, bajo la creencia de que es lo óptimo. Una sociedad en la que lo marginal se generaliza está fracasada.

Se ha pasado del derecho a la vivienda a la solución habitacional. Vaya..., de construir un hogar a compartir habitación. Los políticos no se dan por aludidos y siguen legislando en beneficio exclusivo de la plutocracia. Con semejante panorama mejor ingerir un Orfidal y mañana será otro día.

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