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Una época dorada de la arquitectura doméstica jerezana hay que situarla en torno a la década de los setenta del siglo XVIII, coincidiendo con el auge económico que trajo consigo el impulso definitivo de la industria bodeguera. Surgen entonces portadas de gran dinamismo en planta y alzado, con sus dos cuerpos, sus balcones ondulados y sus tejaroces de pizarra como remate. Portadas que, en su mayoría, dan entrada a construcciones de nueva planta, aunque también pueden ocultar estructuras más antiguas que ahora son renovadas.
Los palacios Domecq y Bertemati pueden constituirse como ejemplos máximos de este capítulo singular de la historia del arte de la ciudad y reflejan bien las ansias de ascenso de un sector social emergente que se ha enriquecido con el negocio vinatero pero asimismo los intentos de la vieja nobleza de conservar prestigio y protagonismo.
Junto a estos dos edificios, todo un conjunto de casas, y portadas, que van de la monumentalidad de Villapanés a ejemplos más modestos y menos conocidos.
Entre estos últimos, el de la calle Lealas nº 4: típica fachada del momento, con dos plantas y soberado, y portada, con segundo cuerpo en torno al balcón, sin movimiento en planta pero que no carece de prestancia y personalidad en el tratamiento geométrico de las pilastras cajeadas inferiores. La casa nº 40 de Porvera, levantada por esos años en la esquina con Escuelas y dotada además de una peculiar torre-mirador, ostenta portada que manifiesta mayor interés ornamental, incluyendo la rocalla y una curvatura en forma de ménsula central que rompe también la rectitud del balcón superior.
Y, para terminar, la de la pequeña fachada del nº 4 de la plaza del Carmen, que tiene un diseño cuidado y original, con variados motivos decorativos, pilastras acabadas en conchas y moldura de enmarque de sinuoso dibujo curvilíneo.
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