Análisis

Felipe Ortuno M.

Los ritos y el neoliberalismo

De jovencito solía saltar de la cama lo mismo con la pierna izquierda que con la derecha; ya no, ahora necesito repetir los movimientos, las inclinaciones y hasta los pensamientos para no perturbar en demasía el comienzo de la jornada: el cepillo de dientes en su sitio, el jabón, la manopla y hasta los calcetines en la forma y lugar que les corresponda. Saber a qué atenerme, a dónde ir, y encontrar, de este modo, lo que necesito a cada instante. Pudiera parecer una manía, pero me siento seguro en cada repetición que hago, y hasta me siento libre con ese marcado modo de ser, que me proporciona seguridad entre tantos vientos huracanados y veleidades que nos rodean.

Los ritos adquieren formas simbólicas que cohesionan y permiten seguir hacia adelante, sin tener que retornar al parvulario o inventar una nueva vida cada día. Cuando abro los ojos al amanecer gusto del hecho de reconocer los sitios, las señales y hasta el aroma que me identifica, porque entiendo, desde la primera hora, que hay algo a mi alrededor que permanece y es duradero. Supongo que habrá gustos tantos como disgustos haya; pero a mí el contento me va en saber a qué atenerme para no estar en improvisación permanente e inestable; y lo mismo da que vaya de viaje que permanezca en el sitio. Los ritos repetitivos me dan morada, cierta estabilidad y hasta casa, gracias a que permanece en el mismo sitio y sé a dónde ir, sin perderme, cuando salgo.

La carne, que suele ser fláccida, requiere del hueso para sostenerse, de cierto armazón para no desintegrarse con el ajetreo; y de modo analógico ocurre con el cuerpo social y espiritual. Tanto uno como otro requieren de estructuras óseas, que a falta de flexibilidad den, sin embargo, alguna fijeza a lo dúctil. Como todos los días se componen de sucesión de presentes y el tiempo pasa fatalmente sin dejar nada quieto, necesitamos de algo que sujete esa rueda inexorable de la aguja del reloj, precisamos que el sucesivo acontecer de las cosas en la esfera de la cronología no arrolle el sentido de las mismas. Con los ritos paramos el tiempo ¡Quieto todo el mundo! Y de este modo saboreamos el uso de las cosas, las costumbres y los sentidos.

Una fiesta, por ejemplo, permite celebrar el tiempo que corresponda, la costumbre que sea y el recuerdo que convenga. Es maravilloso frenar el tiempo para celebrar, cada año o cada día, aquello que nos identifica y nos forja el ser en lo que hacemos. Los ritos, los rituales, las repeticiones, lejos de ser cadenas del pasado, pueden convertirse en referencias significativas que den contextura y configuración a la vida y a la sociedad, abriéndonos a una duración que va más allá de nosotros mismos, tan narcisistas en ese creer que estamos inventando la pólvora.

Es bueno practicar rituales, porque ellos nos llevan al recuerdo, volviendo así al corazón del pasado, y de este modo el recuerdo nos lleva hacia adelante. Más aún, nos recrea lo nuevo, que es de lo único de lo que nos cansamos cuando no consideramos lo antiguo. Y como decía Kierkegaard, 'quien espera siempre lo nuevo pasa por alto lo ya existente'. Repetir descubre intensidad en lo discreto y lo insípido del camino.

Hay, sin embargo, una corriente ideológica muy interesada en sustraernos de los ritos, queriéndonos desnudar de lo permanente, para introducirnos, a la fuerza, en lo novedoso, que es una especie de variación de lo mismo. ¿Con qué fin? Descobijar para volver a vestir, de novedad en novedad, acrecentando la impresión de vacío y provocando, de este modo, la sensación de desencanto, que a su vez lleva al deseo insatisfecho del consumo en espiral y sin fin. Reglas del neoliberalismo, ante el que estamos postrados, para que no haya resonancias de otro Dios que no sea el 'Yo mismo'. Este es el nuevo culto, el nuevo rito, el impecable sacerdote de la religión actual, el YO, a quien debemos pleitesía y devoción.

Así las cosas, el embrutecimiento adquiere cotas elevadísimas de sensacionalismo en una cultura de las pasiones, de las emociones narcisistas y del subjetivismo relativista. Pasamos de vivencia en vivencia, sin referencia al sentido de nada, en la inestabilidad constante de unos sujetos que viven en 'la Red' sin otra comunidad ritual y significativa que un 'Link' donde no se establece ni conciencia, ni cultura, ni tiempo, ni identidad.

Si desaparece el rito, desaparece la fiesta, no se podrá celebrar la vida y el tiempo vital se convertirá en el tiempo sin referencias, expuesto a la manipulación de los sentidos y de las personas. Si no celebras el rito no detienes el tiempo, todo se vuelve 'laboral' y nada habrá que te lleve a celebrar la fiesta de la vida; sólo le dejaremos espacio al tránsito de la muerte. Si se rompen los ritos, también se destruye el poema diario del lenguaje que nos lleve a ese otro nivel de la realidad que tiene que ver con el significado y el sentido; y si todo es utilitarismo (concepto neoliberal); nada tendremos que ver con la gratuidad de la vida que merece ser ritualizada.

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