Felipe Ortuno M.

Solsticio de verano

Desde la espadaña

19 de junio 2024 - 11:53

Cuando el eje de la Tierra llegue a su máxima inclinación hacia el sol acontecerá el solsticio de verano. Mañana jueves, 20 de junio a las 22.50 horas, el hemisferio norte recibirá más luz solar que cualquier otro día del año. No necesariamente más calor. En este día las gentes hacen cosas muy raras: se bañan en agua salada, esperan tres minutos para enjuagarse, colocan piedras y plantas en las casas, intentan atraer el dinero con velas encendidas en platos de monedas, invocan al fuego purificador con sahumerios aromáticos, se hacen hogueras (nosotros las hacemos en San Juan para dar un paso a la vida nueva), se permanece quieto ante el sol (baño solar) para absorber su energía (o una insolación). Algunos se bautizan, se casan o hacen su primer corte de pelo, como ocurre en los pueblos andinos con la fiesta de solsticio a la que llaman en quechua Kapak Inti Raymi, y tiene que ver con la fecha en que, según ellos, la vida empieza a germinar.

Vida y naturaleza son una misma cosa, y así nos vamos alternando ambos hemisferios: yo verano - tú invierno; y viceversa. Está claro que en nuestra órbita el sol marca las estaciones y fiestas de guardar. Los romanos lo representaban con las dos caras de Jano, los cristianos con los dos Juanes, el Evangelista y el Bautista. Con el verano, aunque parezca lo contrario, entramos en la fase de obscuración: “Es preciso que él crezca y que yo mengüe” (Jn 3,30). Naturalmente refiriéndose a Juan Bautista respecto de Jesús. Los chinos a su vez, aunque con símbolos diferentes, llegan a tener los mismos o parecidos significados: Yin-Yang, o sea, origen de decadencia o de crecimiento. Por lo que se ve los solsticios astrales nos igualan: en todas las culturas aparecen asociados a la muerte, el renacimiento, la gestación, el alumbramiento o la concepción. De ahí no se sale.

Abundando en la cultura cristiana (24 de junio) que es la nuestra, y en su iconografía, el solsticio de verano marca el apogeo del recorrido solar, justo cuando el sol está en su cénit, que es cuando celebramos la fiesta del sol, en la medida en que Cristo se compara con el sol. De ahí el Cronocrator (que gobierna el tiempo) como suele aparecer en el arte románico. Más conocido como Pantocrator (señor de todo). El símbolo del sol es multivalente, en cuanto que el sol para muchos pueblos es manifestación de la divinidad. O bien es el ojo de dios o la fecundación, la vida o la muerte, guía para el camino o ceguera para quien lo mira. Todo es posible para quien es fuente de luz, calor y vida.

Está claro que vivimos de la influencia celeste, que el solsticio nos afecta, a unos de una manera, a otros distinta, pero la tierra recibe los rayos del astro que nos sustenta. Y que cada cual interprete a su libre albedrío. Yo, por mi parte, lo celebro de manera particular y un poco diferente a como lo aplaude el secularismo reinante. Tengo a Juan Bautista en algo más que un solsticio, o, si se quiere, en un solsticio propiamente dicho que supera al sol, aunque el sol me sirva de simbolismo para el significado.

Que, aunque el sol dé luz, para mí es otra; que, aunque su calor dé vida, la tengo yo en otro sitio; y, si sus rayos son la influencia celeste, la chispa que representa Juan señala un sistema de computación cuántica algo más complejo, que afecta a ese otro mundo interior y microscópico que se llama espíritu, conciencia y fe. Por el que, mire usted por dónde, también se mueven los átomos, los electrones y las moléculas. Una mecánica, de la que ya casi nadie quiere hablar, que se llama espiritualidad, y tiene que ver con Juan Bautista o, como gusta decirse en el paganismo físico y materialista, solsticio de verano.

Desde Juan Bautista hay una reinterpretación del tiempo, que, sin romper las celebraciones astronómicas de los pueblos precristianos, sirven para orientarlas con un sentido más pleno que la superstición reinante. Los cristianos entendemos el solsticio en orden a Cristo, siendo el día 24 de junio el señalamiento de un horizonte más luminoso y pleno que el del sistema solar, tan al alcance de la mano y tan caduco que sólo le quedan 5 mil millones de años ¡una chuminá! comparado con la inmortalidad.

Los solsticios y equinoccios miden el espacio; Cristo lo reinterpreta en su Kairós, en ese tiempo definitivo desde donde se entiende la totalidad de la salvación. Ya no hay repetición circular del tiempo, no existe el eterno retorno de las estaciones, como ocurre con cada año solar, sino el recuerdo festivo del verdadero sol que alumbra para siempre. Juan Bautista es, para los cristianos, más importante que para los astrónomos el sistema solar. Él, menguando, nos señalará el solsticio de invierno, sol invicto, que compendiará todas las celebraciones. Non solum sed etiam recapitulará en sí todas las constelaciones celestes: Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades. Todo fue creado por él y para él.

Seguiremos, no obstante, festejando el estreno del verano, aunque no coincida ya con la noche del 23 al 24 que se celebraba con el calendario juliano; cuando se cambió al gregoriano se adelantó unos días el solsticio. Pero, para el caso que nos ocupa, lo mismo da el juliano que el gregoriano. Los significados permanecen y el sentido profundo también. Que venga cuando quiera el solsticio de verano, las hogueras de San Juan a Valdelagrana o las del crómlech megalítico de Stonehenge. Tanto da. ¡Feliz Verano!

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