La evolución demográfica arroja una realidad y una expectativa de crecimiento de la esperanza de vida y del número de personas mayores de 65 años que nos va a situar ante un escenario de cronicidad y dependencia, con el consiguiente incremento de la demanda de cuidados sociosanitarios.

El salto cualitativo y cuantitativo se va a producir en el futuro inmediato ya que cabe esperar un incremento cercano al 50% en el número de personas mayores de 65 años antes de que pase una década. Lo que hoy es ya una realidad palpable, la cronicidad, mañana será una evidencia para la que el sistema de salud no se está preparando. Al mismo tiempo, en el ámbito de la investigación biomédica, se están produciendo avances de enorme importancia por su capacidad para prevenir, tratar e, incluso, curar de manera eficaz algunas de las enfermedades que más preocupan a la sociedad en la actualidad; nuevos fármacos, más efectivos, están poniéndose a disposición de los profesionales sanitarios para su uso en diversas patologías.

El coste de las nuevas terapias apunta hacia un impacto económico muy relevante tanto por el precio unitario, como por el amplio número de personas que se van a beneficiar de las mismas. La tendencia en cuanto al coste de los servicios de salud, es una tendencia al alza: es más que probable que sean necesarios más recursos para el sistema sanitario. En este contexto y por las mismas razones derivadas del envejecimiento, es previsible que sean necesarios ingentes y mayores recursos para hacer frente al sistema de pensiones y a las necesidades de atención social por la atención a la dependencia. Estas tres áreas del Estado del Bienestar competirán más que nunca por los recursos que permitan hacer viables sus respectivos sistemas de protección. Se impondrá mayor exigencia de recursos pero, sobre todo, mayor exigencia de eficiencia y rigor en la gestión de los mismos.

Y al sistema sanitario le correspondería estar preparando el terreno para hacer posible que el futuro que se acaba de describir nos permita afrontar las nuevas necesidades con el máximo de efectividad en su funcionamiento y de satisfacción por parte de la sociedad. Desgraciadamente no se está produciendo una anticipación a las necesidades de los próximos años, por lo que resulta urgente abordar el futuro. Es imprescindible y urgente definir las necesidades tanto del número, como del tipo de profesionales sanitarios que vamos a necesitar y adaptar la oferta formativa en coherencia con dichas necesidades. De igual forma, necesitamos incorporar todos los mecanismos y medidas de gestión que aporten eficiencia en el uso de los recursos.

La organización y las funciones de la atención primaria requieren un reajuste y un refuerzo que permita atender la cronicidad y los nuevos desafíos en materia de salud mental, ofreciendo respuestas en campos hoy poco desarrollados como puede ser el de la rehabilitación. Igualmente, los hospitales van a tener que adaptarse a esta situación y aprovechar las posibilidades que ofrecen para una mayor efectividad de la práctica clínica las nuevas tecnologías, los nuevos fármacos, la inteligencia artificial y la digitalización, en un mayor coordinación entre niveles asistenciales.

Está en juego asegurar la equidad y la sostenibilidad de la sanidad pública y para ello se hace necesario un proceso que, con el liderazgo del Ministerio, revise la situación actual y oriente las decisiones en la dirección correcta para fortalecer el sistema sanitario y evitar que la demografía se convierta en un tsunami que impida conseguir nuestras aspiraciones de más y mejor salud. Esta tarea debe acometerse cuanto antes. Vamos con retraso.

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