En medio de los problemas y discusiones que el día a día nos 'regala', incluido, claro está, un tema covid que parece que la gente va superando poco a poco, no podía faltar el incendio del verano. Un incendio que, además, cuando comenzó, "estaba fuera de toda capacidad de extinción", según el subdelegado de Infoca. Y, como siempre, las evidencias de que fue provocado son más que claras.

Si bien es cierto que el término 'provocado' incluye, en el mayor de los casos, las negligencias -que también deberían ser castigadas-, no parece que este sea el caso. Con dos focos, comenzando por la noche y justo antes de una fuerte racha de levante, todo hace indicar que la maldad humana, con a saber qué económico y depredador fin, vuelve a salir a flote.

En junio de 2017, Doñana vivió uno de los episodios más tristes de su historia con el incendio forestal que hizo llorar, huir y morir a erizos, hormigas, linces, jabalíes y hasta a las piedras. Hoy, sin ser un parque natural, lloran el escarabajo, el águila, el búho, la cabra montesa y decenas de tipos de vegetación. Y lamentamos, también, la pérdida humana de un bombero que siempre impresiona más incluso que ver cómo las llamas van arrasando sin medida la naturaleza.

Y aunque desde la Junta de Andalucía, con las evidencias en la mano, que "buscarán sin descanso a los asesinos que han provocado esta barbarie", parece que, con el paso del tiempo, ese descanso sí que llega y los responsables terminan sin sentarse delante de ningún juez. Y es que la cárcel debería ser el final de toda persona que, intencionadamente, destroza lo único que no nos hace daño.

Tras las llamas, cuando cesen, quedará la imagen de la desolación y un páramo apocalíptico, pero las mentes se volverán a ocupar del día a día cuando pase el tiempo -menos del que debería- y la naturaleza seguirá su curso, eso sí, con algo menos vida y con un reloj que corre imparable en su contra.