Álvaro Robles Belbel
Nueva bajada de tipos por parte del BCE
Es penoso sucumbir al fracaso, pero sucumbir al éxito es de torpes. Los sevillanos inventaron el espectáculo barroco de la Semana Santa como contrarreforma plástica a Lutero. Pero los más capillitas hace años que abdicaron de ver sus cofradías en la calle. La masa ha tomado posesión de las aceras, de las farolas, de las cornisas y hasta de las alcantarillas. Muchos se van a Matalascañas aprovechando los primeros soles de la primavera y los más viciosos se consuelan viendo procesiones en pueblos. La Semana Santa sevillana ha sucumbido al éxito y se ha convertido en un acontecimiento insufrible.
Algo parecido está ocurriendo con los carnavales. Esta fiesta la inventaron los gaditanos y la han hecho grande hasta el punto de que sus comparsas y chirigotas viven todo el año con el ‘tatachín’, lo mismo en Burgos que en Santiago de Compostela. El resultado era previsible. Muchos carnavaleros viven los prolegómenos, las fiestas privadas en peñas, pero los días grandes de carnaval les dejan la tacita de plata a los forasteros para que se orinen en ella, hagan el botellón y el cafre.
Se supone que la zambomba es un invento jerezano. Aunque hasta la llegada de los discos de la entonces Caja de Ahorros de Jerez, en los años ochenta, las coplillas de Navidad las sabían cuatro románticos, y completas dos. El ‘zambombeo’ ocupa ya casi dos meses del calendario. De poco sirve la superchería popular del mal bajío que trae cantar villancicos fuera de Navidad. Jerez padece la invasión de una masa, con librillo de coplas en mano, dispuesta a darlo todo en la primera hoguera que encuentran. A la hoguera debieran echar esos librillos y coger el catecismo de Ripalda para enterarse de lo que están celebrado. En estas fechas, el bien más preciado es una zambomba clandestina, con móviles prohibidos.
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