Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
El lanzador de cuchillos
Uno. Bastaron el discurso contundente del rey Felipe –esa figura decorativa, a decir de algunos– y la fuga de dos grandes bancos de Cataluña para que la supuesta victoria del independentismo se desinflase en unos días como una piscina del Toy Planet picada por las avispas. Los golpistas y sus palmeros acabaron apelando –¡han sido siempre tan previsibles!– a la negociación y el consenso. Lo que fuese, con tal de evitar que la imagen de una España unida y plural se acabara fijando en la retina colectiva. Pero la cosa, de repente, empezó a pintar mal para los extorsionadores de la republiqueta impossibbbla. Lo que nadie esperaba es que, tras la (des)aparición mariana, a Puigdemont se le iba a presentar el Señor de Begoña un 23 de julio.
DOS. Vi por la televisión muchas sesiones del proceso del procés. La gran patraña que, con alguna notable excepción, los acusados y sus voceros pretendían hacer pasar por la verdad revelada es que estábamos ante un juicio político, en el que los dirigentes independentistas eran juzgados por sus ideas y no por la comisión de graves delitos contra el orden constitucional. Su estrategia era presentarse ante la comunidad internacional como pacíficos apologetas de la autodeterminación de los pueblos y campeones del diálogo. No les sirvió de nada. Fueron condenados por un tribunal español, independiente y juicioso. Pero luego llegó Pedro, con su infinita sed de mando, y España perdió la oportunidad de hacerle saber al mundo que es una democracia seria que respeta las decisiones judiciales y encarcela a quienes pretenden imponer la sumisión a un ideario de homogeneidad étnica, monolingüismo institucional y barrido feroz de cualquier signo político o social adverso.
TRES. El PSOE actual es un mejunje amorfo e insustancial que se ha subido a hombros de la insensata autoestima de su secretario general para perpetuarse en el gobierno, pero incluso en esta legislatura precaria e inestable en la que el exceso de ruido tratará de ocultar la escasez de nueces, hay líneas rojas que los mandatarios responsables –por evanescente que sea su pensamiento político- nunca deberían cruzar. Una de ellas tiene que ver con los nacionalismos insolidarios y disgregadores. Pero lo de Sánchez ya no es un partido, sino una banda totalitaria –hija de Zapatero– dispuesta a saltarse la barrera de la decencia con tal de mantener los privilegios del poder. Viva Venezuela.
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