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Aída Rodríguez Agraso

Aprender de los maestros

SI algo es certidumbre para un cabal, pertenezca al ámbito que pertenezca, es que nunca hay que cesar en el aprendizaje. Pero ojo, que no cualquiera puede dar clases. Hay que aprender de los maestros, de aquellos que nos antecedieron en el camino y que hicieron a su vez lo propio, nutriéndose de esa sabiduría recta, justa, que parece tímida y humilde luz de luciérnaga pero que resulta ser faro que evita no pocos tropiezos en la vida.

En el flamenco ocurre un tanto de lo mismo. En ocasiones, la vida puede bendecir a alguien dándole una ocupación que le hace posible mantener un contacto directo con los maestros. Y uno se tiene que limitar a oír y a escuchar, que no es poco, visto que hoy en día pocas personas pueden tenerse por buenas escuchadoras. Hoy se habla pero no se escucha, porque parece más importante escucharse a sí mismo. Pero hay que escuchar. Y mucho. Y escuchar con la prudencia del neófito, con la humildad del principiante, manteniendo silencio de eremita, pase el tiempo que pase, porque el tiempo transcurre para todos y siempre seremos aprendices al lado de los maestros.

La vida a menudo te guiña con su ojo de cristal transparente, y hasta te da un beso de hermana, y te permite tener la oportunidad de escuchar cuáles son los orígenes del flamenco de boca de Fosforito, o cómo eran, según Chano Lobato, Mario Maya, Calixto Sánchez o Manolo Sanlúcar, aquellos tiempos que suenan a pasado pero que han cimentado los presentes múltiples que hoy se desarrollan, y crecen a través de jóvenes que, como Rocío Molina o Miguel Poveda, sólo por poner dos ejemplos -que haberlos haylos, y por fortuna bastantes- han aprendido que la base del arte reside en el conocimiento, el trabajo y el esfuerzo.

He visto a no pocos jóvenes escuchar durante horas los discos de pizarra del Centro Andaluz de Flamenco, un joyero lleno de perlas de incalculable valor. Les he visto tomar notas, reproducir una y otra vez los cantes, y me recordaban a Calixto, que también cuando era joven estudió a los grandes para, una vez asumida la herencia, poder transmitir -ya a su manera, ya con su propia personalidad- la cultura ancestral del arte jondo. He visto a los jóvenes estudiar. He visto cómo se esfuerzan durante horas para lograr hacer suyo el talento de los maestros y, en base a ese aprendizaje, lograr transmitir en un escenario su certidumbre, la certidumbre de quien cree en lo que hace y lo ama por encima de todas las cosas.

Hay maestros para quienes los calendarios han fluido con generosidad. Otros han visto aún pocas primaveras. Porque el ser cabal no entiende de fechas de nacimiento. Depende de una forma de ser. Y qué bonito escuchar a los que saben pronunciar sabias y cabales palabrasý

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