Descanso Dominical

Ella

El padre de ella lo recibió en la familia acercándole una copa de Tío Pepe, como para decir que no

La multitud le parecía desdibujada, como en un cuadro de Munch. En su campo visual solo observaba nítida y luminosa entre la gente la cara de ella, que gesticulaba hablando con alguien. A él también le estaban hablando. Alguien. Hacía rato que había logrado huir de aquella conversación y solo prestaba la atención justa para responder con lugares comunes y no parecer descortés o gilipollas. En mitad de todo el ruído, en los medios de aquella caseta de la Feria, se quedo en silencio para fijarse en las muecas divertidas y sensuales, el pelo negro y desafiante, la tentación de su boca y la sonrisa inabarcable de ella.

No habían pasado ni tres meses cuando volvió a verla. Su aparición le descabalgó de la monotonía que ya empezaba a arrastrar la fiesta agosteña de un pueblo de la Sierra. Ahora es cuando ha merecido la pena venir hasta aquí, pensó. La encontró con su pandilla celebrando la despedida de soltera de una de ellas, una chica pizpireta de cabellera voluminosa que llevaba una especie de sombrero con forma de cabeza de perro… El valor solo le dio para hacerse el encontradizo y charlar unos minutos con ella, pero la Orquesta Azahar y su técnico de sonido lo estaban dando todo y no parecía el lugar más adecuado para decirle que sus sospechas se estaban convirtiendo en certezas, que le volvían loco sus muecas, que cualquier sitio merecía la pena si estaba ella. Aquella noche, pese al bullicio, la música, las risas, las copas y el baile, pareció quedarse en silencio otra vez cuando la miraba. Y hubo quien se dio cuenta.

Después de eso, como en la canción de Mecano, se vieron tres o cuatro veces por toda la ciudad y tuvieron una cita que fue un desastre, pero la fuerza del destino les hizo repetir y ya estaban otra vez en mayo cuando la vio aparecer pisando el albero con un traje de gitana que le había robado todo el color y la luz al parque González Hontoria. El padre de ella lo recibió en la familia acercándole una copa de Tío Pepe, como para decir que no, y brindaron por los nuevos horizontes. En la ciudad de los rascacielos decidieron que no querían soltarse de la mano nunca más; fue donde ella respondió con un sí al puente de Brooklyn, al 'skyline' de Manhattan, al 'New York New York' de Fran Sinatra y a la pregunta que él, tembloroso, acertó a pronunciar. Lo celebraron en la inmensidad del viñedo, bajo la lluvia, dándole gracias a la vida y bailando juntos 'She', la canción que compuso Aznavour y que hizo eterna Elvis Costello. Después de algo más de una década, él me ha confesado hoy que le gustaría seguir bailando toda la vida. Con ella.

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