Luis Sánchez-Moliní Pilar Cernuda

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En el incierto horizonte de la izquierda sólo se observa un nombre con interés: Errejón, "pero no tiene agallas"Mientras nadie de C's gestione un presupuesto pueden seguir presumiendo de ser el partido menos corrupto de España

29 de diciembre 2017 - 02:14

La reflexión la hizo el historiador José Manuel Cuenca Toribio en su chalé cordobés repleto de libros y recuerdos: tanto la derecha como la izquierda se encuentran sumidas en conflictos intestinos de cuyo resultado final dependerá en gran parte la política española en los próximos tiempos. Del primer tiroteo estamos teniendo sobradas noticias durante esta semana. Ciudadanos, un partido que hace apenas unos años era una incierta aventura cuyo candidato salía desnudo en los carteles electorales, ya calienta con su aliento la nuca de un PP desprestigiado por la corrupción, envejecido ideológicamente y resentido tras los comicios catalanes. El nerviosismo entre los populares es evidente y las primeras escaramuzas, como esa absurda polémica sobre si Arrimadas debe intentar formar Govern -algo científicamente imposible-, no hacen más que poner en evidencia los problemas en el vuelo del charrán. El encuentro entre Rajoy y Rivera de ayer no fue más que una brevísima tregua.

La otra batalla, como advertía Cuenca Toribio, quien conserva el aire de familia de los grandes popes del conservadurismo intelectual hispano -traje gris y gafas rotundas-, está en la lucha por el control de ese espacio imaginario que es la izquierda. Es este un combate mucho más enmarañado que el que ocupa a la derecha. Primero porque aún se tienen que despejar las dos batallas internas que ocupan a Podemos y PSOE (la política española se asemeja cada vez más a un complejo juego de cajas chinas). Y segundo, porque tiene un contenido ideológico mucho más denso, en el que se debate el futuro de la maltrecha socialdemocracia. Ni Pablo Iglesias ni Pedro Sánchez parecen los hombres más adecuados para cruzar el río Jordán. El podemita porque, tras los destellos iniciales, ha mostrado su verdadero rostro de paleoizquierdista incapaz de superar los discursos sectarios. El socialista porque es puro humo que se mece con la brisa más suave. En el horizonte de la siniestra sólo se observa un nombre con interés: Íñigo Errejón, quien podría ser la esperanza blanca de una nueva socialdemocracia. Gusten o no sus ideas, pocos como él están haciendo un esfuerzo más sincero por renovar el discurso de la izquierda centrándose en los verdaderos problemas: precariedad laboral, sostenibilidad de las pensiones, desigualdad, envejecimiento... El talón de Aquiles de Errejón, como nos dijo un buen conocedor de los intríngulis morados, es que "no tiene agallas; posee temperamento intelectual, pero no político; en el juego interno se la dan siempre". Y ya saben, en política, como en la vida misma, sin valor no se va a ningún sitio que merezca la pena.

QUE Rajoy y Rivera no se tienen mucho afecto no es ningún secreto, pero los dos saben que están obligados a entenderse, sobre todo desde que el independentismo catalán ha irrumpido con toda su fuerza en el escenario español y había que sumar esfuerzos para detenerlo. Sin embargo, Rivera no pierde ocasión de acusar abiertamente a Rajoy de corrupto, y Rajoy no pierde ocasión de considerar a Rivera como un político al que le queda mucho por aprender.

El presidente ha querido cambiar impresiones con Rivera sobre el panorama catalán y le pidió que acudiera a La Moncloa. Tiene gracia que Villegas informara sobre el encuentro advirtiendo que Rajoy no le había pedido a Rivera que Arrimadas se presentara a la investidura. Pensar lo contrario es desconocer a Rajoy; nunca dice a otro lo que debe hacer. Cosa distinta es que tenga opinión sobre lo que piensa sobre la actitud de Arrimadas tras ganar las elecciones del pasado día 21, que seguro que la tiene. Y no tiene por qué ser coincidente con la de su portavoz parlamentario. Rajoy se las pinta solo para dar a entender una cosa y la contraria, utilizando declaraciones propias o a través de persona interpuesta.

Lo que se percibe en el PP y en el PSOE es que no acaban de comprender que alguien como Rivera, que aspira a convertirse algún día en presidente, no quiera asumir responsabilidades. Ni él ni nadie de su partido, a pesar de que se les ha invitado a compartirlas con los gobiernos regionales y municipales con los que firmó distintos pactos. Tanto en el PP como en el PSOE dicen que teme participar en el gobierno de algo porque tiene sus riesgos, porque solo cuando se gestiona se visualiza la preparación de un político, o si cae o no en la corrupción. Mientras nadie de Ciudadanos gestione un presupuesto pueden seguir presumiendo de ser el partido menos corrupto de España.

Arrimadas ha tenido un éxito indiscutible en Cataluña, nada menos que ha ganado las elecciones. Se comprende que no anuncie su intención de presentarse a la investidura porque no le salen las cuentas, pero en estos días podía haber tomado algún tipo de iniciativa que demostrara que es la vencedora. Se echa de menos que no haya hablado con nadie sobre nada para saber cómo respiran los independentistas, cómo están las cosas judiciales, si ERC aceptaría un gobierno con Puigdemont, si Puigdemont puede gobernar desde Bruselas como pretende, qué piensan el PSC, En Comú y PP del resultado electoral… Algo, para que se notara que ha triunfado el 21-D. En política triunfan los osados, no los que están a la espera de los movimientos de los demás.

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