Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Hacía ya bastante tiempo que no me pasaba a dar una vueltecita por el centro en las noches del verano jerezano. Y qué quieren que les diga, me lleve un chasco de los gordos. Con el calor que hizo el domingo (28 grados a las diez de la noche), lo que pude ver fueron calles vacías y algún que otro paseante disperso tratando de mitigar las altas temperaturas.

No encontré vida o ambientillo hasta que no llegué a Lancería. Venía desde la calle Ancha, y hasta entonces lo único que encontré fue un panorama desolador.

Entiendo que un fin de semana, a las cuatro de la tarde, no va a haber gente ni en Jerez ni en ninguna parte. El personal se larga a la playa o a la piscina, o se guarece en su casa, con el aire acondicionado, para solaz de las compañías mangantes de luz, que con la subida del termómetro se frotan las manos pensando en el clavazo de la factura que nos va a caer. Pero que a las diez de la noche solo encontrara foráneos y guiris ocupando las terrazas que van desde la calle Lancería a la plaza Plateros, me parece cuando menos triste.

Es cierto que la oferta de servicios en Jerez existe también más allá del centro (véase Avenida, avenida de Lola Flores o zona de Hipercor), pero repito que el centro me ofreció una imagen gris, salvada únicamente por la gente de fuera; caras desconocidas, encendidas por un día al solano en cualquier playa cercana, luciendo piel de gamba cocida y, en ciertos casos, un poder adquisitivo más que notable.

Me da pena, la verdad. Porque esto no es cosa exclusiva de los meses del verano. Trabajo en el centro y suelo ver sus calles viernes y sábado, y por la calle Medina, por poner un ejemplo, no ves pasar ni a las moscas. Se ve una ciudad no dormida, más bien muerta. Un muermo que invita y retroalimenta las ganas de la gente a buscarse el ambiente en cualquier otro sitio menos aquí.

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